Agrotransgénicos, intensivismo e insostenibilidad: la misma cara de la moneda

Agrotransgénicos y agricultura intensiva (o el mundo en que vivimos): interpretaciones interesadas, trampas conceptuales, medias verdades y negocios rampantes en un contexto socioeconómico insostenible

[Para visiones complementarias y alternativas a la que se presenta en las siguientes líneas, pueden consultarse, entre otros:
Batista, R. & Oliveira, M. M., 2009. Facts and fiction of genetically engineered food. Trends in Biotechnology, 27: 277-286.
Capra, F., 2002. Las conexiones ocultas. Implicaciones sociales, medioambientales, económicas y biológicas de una nueva visión del mundo. Anagrama, Madrid.
Clark, E. A., 2002. Sustainable development: are we asking the right questions? Sustainable development: mandate or mantra? (W. Chesworth, M. Moss & V. Thomas, eds), pp. 99-118. 2001 Kenneth Hammond Seminar Series, Faculty of Environmental Sciences, University of Guelph, Guelph.
Clark, E. A., 2004. Industry and academic biotechnology: teaching students the art of doublespeak. Disciplining dissent (W. Bruneau & J. L. Turk, eds.), pp. 105-123. James Lorimer & Co., Toronto.
Fenoll, C. y González Candelas, F., 2011. Transgénicos. CSIC, Madrid
Muñoz, E., 2001. Biotecnología y sociedad. Encuentros y desencuentros. Cambridge University Press, Madrid.
Robertson, B. & Pinstrup-Andersen, P., 2010. Global land acquisition: neo-colonialism or development opportunity? Food Security, 2: 271-283.
Séralini, G.-E. (ed.), 2004. Ces OGM qui changent le monde. Flammarion, Paris.
The Maize Full Lenght cDNA Project, 2005. The maize full-lenght cDNA project. http://www.maizecdna.org/outreach/index.html]
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 «Lo primero que hay que hacer para salir del pozo es dejar de cavar”. Proverbio chino.

Recientemente he tomado parte en dos eventos sobre el significado y los riesgos de los organismos modificados genéticamente (OMGs). En uno de ellos he actuado de apoyo a la organización, aunque desde un segundo plano para no interferir en la decisión de participar o no de determinadas personas declaradamente proagrotransgénicas. En el segundo he sido invitado a participar desde la fila 0, para dinamizar los debates. El primero, las II Jornadas sobre Salud y Seguridad Alimentaria, se celebró los días 19 y 20 de octubre de 2011 en Toledo, a iniciativa de la Comisión de Seguridad, Salud y Medioambiente de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la UCLM, tras mis conversaciones con Beatriz Larraz Iribas, miembro de dicha Comisión, y tras mi sugerencia de que no se diera cobertura exclusivamente a la interpretación favorable a los agrotransgénicos, como se había hecho en las I Jornadas. El segundo, las Jornadas Científicas Internacionales sobre Transgénicos, ha tenido lugar los días 10 y 11 de noviembre de 2011 en Madrid, en la Escuela de Organización Industrial aneja al Campus de la Universidad Complutense, y ha sido organizado por Amigos de la Tierra, CECU, COAG, Ecologistas en Acción, Greenpeace y Plataforma Rural, con Juan Felipe Carrasco (Greenpeace) como principal motor.

En las Jornadas de la UCLM participaron seis ponentes, tres cada tarde: Carmen Fenoll (UCLM), Ramón Meco (SITA), Ana Carretero (UCLM), Cristina Sancho (COAG), Fernando Lobell (La Tierrallana) y Juan Felipe Carrasco (Greenpeace). Las charlas de Cristina Sancho y de Fernando Llobel fueron emotivas, cercanas y pusieron en evidencia las dificultades de los pequeños productores o campesinos “de toda la vida” y de los del sector de la producción ecológica frente a la presión monstruosa de la maquinaria de la producción convencional a gran escala, intensivista y productivista por encima de todo, y que recurre al concurso de cualquier técnica aparentemente justificable (incluido el uso de agrotransgénicos) con tal de aumentar el rendimiento productivo en el menor plazo posible, con la idea declarada de contribuir a frenar el hambre en el mundo. Pero las consecuencias reales, sin embargo, son muy otras, y tienen más que ver con el deterioro ambiental creciente y la distribución cada vez más desigual de los recursos alimentarios. Ramón Meco hizo una defensa de las técnicas agrícolas tradicionales, que se han incorporado a lo que hoy se denomina producción ecológica, frente a las de la agricultura productivista convencional, mucho más agresiva, en particular con el sistema biológico clave: el suelo. El suelo, que es generador de vida vegetal, solo puede mantenerse razonablemente bien bajo una óptica agrícola extensiva. Ana Carretero puso en evidencia las trampas conceptuales y medias verdades de tipo jurídico que parten de Madrid y Bruselas (y que son impulsadas por los lobbies proagrotransgénicos) para impedir moratorias sobre los agrotransgénicos, y cómo se hace caso omiso del más elemental principio de precaución a la hora de su comercialización. Juan Felipe Carrasco hizo una exposición completísima, desde la óptica ecologista, sobre el significado de los agrotransgénicos en el mundo de hoy, sus principales problemas (tanto reales como potenciales) y la forma en que unas pocas multinacionales manejan todo el negocio sin apenas restricciones, de manera que se han convertido de hecho en entidades con mayor capacidad de decisión e influencia que los propios gobiernos, todo ello haciendo uso, de nuevo, de medias verdades, interpretaciones sesgadas e interesadas y justificaciones muchas veces espurias, no suficientemente avaladas por los datos.

Para mí, como biólogo de organismos y sistemas, la charla de Carmen Fenoll merece comentario aparte. Había sido invitada como biotecnóloga para que documentara la naturaleza y las ventajas de los agrotransgénicos, y en general de los organismos modificados genéticamente (OMGs), en el contexto socioeconómico actual. Es de lamentar que los defensores y detractores más decididos de los OMGs no coincidieran en un mismo debate. Pero al menos es de agradecer que Fenoll expusiera su manera de ver las cosas; a mí, al menos, me ha aclarado muchísimas cuestiones. Como era de esperar, hizo una defensa firme de los agrotransgénicos, basada en su aparente convicción de que representan una solución al problema del hambre y de que son indispensables e inocuos. Aun así afirmó en repetidas ocasiones que se limitaba a exponer datos asépticos y resultados contrastados, pero dejó caer mensajes claros e inequívocos a favor de dichos productos basados en interpretaciones cuando menos discutibles. Aparte de eso, basó toda su charla, excelentemente preparada en lo formal y muy efectista desde un punto de vista pedagógico, en dos pilares fundamentales. Por un lado, se basó en el mensaje construido por los defensores del modelo agrario productivista, intensivista y monetarista que subyace, entre otros marcos administrativos, a la PAC europea, que, aunque lo niegue explícitamente, asume implícitamente la respuesta indefinida de los recursos naturales a nuestra explotación, o al menos a la explotación de algunos recursos clave, y la ausencia de techo al crecimiento demográfico humano, al menos de techo inminente. Por otro, se basó en los informes y datos recogidos en prácticamente una sola fuente de información, la que proporciona la ISAAA (Servicio Internacional para la Adquisición de Aplicaciones Agrobiotecnológicas). A eso se le llama efectividad centralizada, supongo. Cualquier mención a informes y publicaciones que alertan sobre los daños sociales, ambientales y sobre la salud, tanto demostrados como potenciales, algunos de ellos muy recientes y publicados en revistas de prestigio a pesar de la escasez de financiación (mientras que los estudios biotecnológicos “positivos” se financian sin mayor cortapisa), fue omitida totalmente, por las razones que sean.

La exposición de Fenoll fue brillante, sin duda. Pero la sensación que me quedó cuando acabó es que, con los mismos datos en la mano, enfocamos la realidad desde ópticas completamente diferentes, para llegar a conclusiones prácticamente opuestas. La pregunta de fondo que queda latente es, pues, qué tipo de mundo queremos para vivir, y si nos conformamos con el panorama de injusticia social y empobrecimiento ambiental que se nos viene encima. ¿Aspiramos a una cierta armonía entre la explotación de unos recursos limitados por una población relativamente estabilizada por un lado y la conservación de la biodiversidad por otro, que minimice el impacto causado por las prácticas agropecuarias (y humanas en general) sobre el entorno natural y que tienda a una distribución más justa y equitativa de las riquezas, bajo una óptica que podríamos denominar ecosocialista? ¿O aspiramos, como objetivo prioritario, a una maximización de la producción agropecuaria bajo el supuesto del crecimiento exponencial de la población humana, que no puede sino comprometer la conservación de la biodiversidad y de las condiciones ambientales por efecto de la presión creciente sobre el entorno natural, y que además conlleva la acentuación de las desigualdades sociales inherentes a la óptica capitalista neoliberal, paradigmática hoy día y abrazada incluso por la otrora izquierda socialdemócrata? Dicho de otra manera, para evitar en lo posible planteamientos maniqueos: ¿tratamos de poner el esfuerzo laboral y económico en desarrollar medidas que conduzcan a un modelo de uso de los recursos más igualitario y menos gravoso para la Tierra o tratamos de ponerlos en idear y llevar a la práctica medidas y técnicas que contribuyan a mantener el mundo en su estado actual, o incluso a reforzar más la presión ambiental y social, sabiendo que es no solo insostenible sino injusto? En realidad, en el continuo delimitado por estas dos posturas extremas se mueve toda la dinámica teórica y práctica social actual, que o bien defiende ante todo los postulados del desarrollismo economicista, ya sea puro y duro o supuestamente “sostenible” (pero en todo caso basado en el paradigma del crecimiento económico) o bien lo combate, defendiendo las tesis anticapitalistas del decrecimiento.

Fenoll no plantea la cuestión, y en la misma línea que los científicos españoles defensores a ultranza del modelo de I+D+i más instrumental al poder, competitivo y hegemonista, parte directamente de los supuestos del primer interrogante (como documenta detalladamente en toda la primera parte de su exposición). Lo paradójico es que titule su presentación “Biotecnología agrícola: producir alimentos de modo sostenible”.

Lo cual obliga a preguntarse qué puede entender por “sostenible”, y pone en guardia sobre una posible primera trampa conceptual en la que puede estar cayendo, y que es usada de manera rutinaria por los desarrollistas. La misma trampa, por otro lado, tan bien conocida por todos los españoles, que está permitiendo que al amparo de leyes de fondo loable pero con enormes espacios abiertos para el abuso, como la denominada “de economía sostenible” (Ley 2/2011, de 4 de marzo), se perpetren y justifiquen toda clase de tropelías ambientales, algunas en la línea de la “política del ladrillo” más dura, tan insensatas como por ejemplo la relativa al denominado “Macrocomplejo Hotelero de El Palmar”, en Vejer de la Frontera (https://joseluisyela.wordpress.com/2011/04/30/1696/), cínicamente rebautizado por sus promotores “El Palmar Beach Eco-Resort”. Si por sostenible entendemos aquello que puede mantener nuestras actividades explotadoras durante unos años, los que corresponden al lapso temporal que los humanos apreciamos más o menos bien a través de nuestra propia experiencia individual (60-80 años), pues entonces perfecto, no hay más que hablar. Si por sostenible entendemos lo que originalmente se propuso, y lo que es más grave, lo que recoge la ley (forma de uso moderada y responsable de los recursos que, satisfaciendo las necesidades de la población humana actual, no compromete su uso por las generaciones futuras), entonces el engaño es manifiesto, aun con todas las dificultades que tiene el término en cuanto a su concreción. Porque los usos intensivos, conducentes a la máxima productividad en el menor plazo, ya sean derivados de la agrobiotecnología, del “ladrillazo” o de la actividad que sea, los convierten en insostenibles por definición. Y mientras que concretar el significado de sostenible resulta comprometido (por lo que Eduald Carbonell prefiere hablar de “progreso consciente y evolución responsable”), lo que es insostenible está perfectamente bien acotado.

Fenoll parte de más supuestos sesgados o que pueden llamar a engaño:

1. Que la bioeconomía ha de estar “basada en el conocimiento” (bioeconomía significa literalmente “economía basada en los recursos biológicos” o, de acuerdo con la teoría de la economía ecológica de Georgescu-Roegen, “economía basada en el uso sostenible de los recursos biológicos”, pero en la definición que proporciona Fenoll “producción sostenible de biomasa y su conversión eficiente y segura en productos”, sic.)  Esta afirmación, que parece una simple obviedad sin intención, no lo es tanto. Encierra en realidad el manido y equivocado argumento, que parte -en lo cercano- de Bruselas -y algo más en lo lejano de Washington-, sobre la supremacía intrínseca de la “sociedad basada en el conocimiento”. Se trata de una aserción interesada y viciada desde su origen, porque confunde conocimiento racional y técnico (el que se obtiene mediante el contraste de hipótesis, operativamente a través de los mecanismos de la I+D), que es lo que quiere decir en realidad, con conocimiento en sentido amplio. La cuestión no es banal, como se ha discutido en multitud de foros, porque incide precisamente en aquella carencia más preocupante y de consecuencias más desastrosas para la sociedad industrial occidental: la del progresivo abandono, e incluso el menosprecio, del conocimiento no racional, sensorial y empírico, entendido éste como conciencia y desarrollo de uno mismo, que en definitiva está produciendo un creciente y alarmante empobrecimiento cultural y moral. Este empobrecimiento está asociado a la postergación de las artes y las humanidades a un segundo plano, sometidas al poder deslumbrante, pero carente de trascendencia en sí mismo, de las tecnologías como únicas herramientas de avance (definido éste como control del medio que favorece nuestra supervivencia individual y social y nuestro bienestar material). No es que el conocimiento racional no sea clave, que lo es; es que no se puede instrumentalizar de la manera en que se hace y despreciar el resto, así como no es éticamente lícito imponer decisiones invocando a la supremacía del conocimiento racional a espaldas de la opinión y de la sensibilidad de los ciudadanos, como es habitual en este momento histórico en el contexto de las “democracias” occidentales, cada vez más totalitarias, en el seno de las cuales los científicos cientifistas y tecnófilos no desempeñan un papel menor. Cabría recordar que la situación actual de crisis económica deriva directamente de la gestión de riesgo y endeudamiento masivo estúpida e irresponsable propiciada desde 2007 precisamente por supuestos expertos de la “sociedad del conocimiento”, en este caso economistas. Y quizá sea incluso pertinente citar aquí la famosa reflexión de Albert Einstein, según la cual “en tiempo de crisis, la imaginación es más importante que el conocimiento”…

2. Que entre 2015 y 2030 la producción agrícola global dependerá de los cultivos biotecnológicos y que no dominará una región geopolítica específica, ambos argumentos tomados de las predicciones de la OCDE. La primera afirmación es cuando menos discutible, porque supuestamente será función del modelo de producción que se acuerde adoptar. ¿O es que se asume, sin escandalizarse ni revelarse desde lo más íntimo, el hecho de que ciertas corporaciones financieras o técnicas controlen las voluntades no ya de los ciudadanos, sino incluso de los gobiernos, e impongan el modelo productivo que más les convenga… invocando a la “sociedad del conocimiento”? Que los modelos de organización social son cambiantes no admite duda; pero de ahí a asumir que se adopten cierto tipo de estrategias porque así lo propone la OCDE, lo demandan los mercados o le parece bien a un cierto sector de científicos tecnófilos (o sea, los lobbies, las modernas oligarquías) hay un trecho muy largo. Como científico comprometido con la defensa ambiental y la justicia social, yo no justifico que otros científicos hagan suyas las decisiones que puedan adoptar los poderes fácticos (en la medida en que no sucede al contrario) sin discusión previa. Y me refiero a discusión general desde la base que llegue a consensos vinculantes, no a discusión entre miembros que se autoorganizan en supuestas “élites” despóticas. La tecnología debe ponerse al servicio, libremente decidido, de las personas, no de los intereses de las élites ni de las corporaciones. ¿O es que volvemos a la época del despotismo ilustrado (… si la hemos abandonado en algún momento, a partir de Descartes)?

La segunda afirmación no solo me parece gratuita, sino que contradice claramente la dirección de los hechos. Las decisiones sobre dónde se introducen los cultivos biotecnológicos parten de los centros de poder y de las grandes multinacionales asentadas en Europa y EEUU, y las regiones a las cuales van destinados los cultivos están perfectamente delimitadas en función de criterios que nada tienen que ver con la justicia social, sino precisamente con el dominio de los más poderosos sobre los que lo son menos (http://www.elpais.com/articulo/economia/global/Pelea/nuevas/tierras/elpepueconeg/20111023elpnegeco_1/Tes).

3. Que la explosión demográfica humana tuvo como origen la llamada “primera revolución verde”. Que “como en 2050 vamos a ser 9.000 millones de habitantes sobre el planeta, las demandas energéticas y de alimento (es decir, el consumo per cápita) aumentarán de manera significativa, sobre todo porque los habitantes del “mundo en desarrollo” aspirarán a niveles de consumo análogos a los nuestros. Como consecuencia de ello se perderán un tercio de los bosques, pastos y sabanas que aún quedan (ya que la agricultura es la actividad más devastadora para el medio), aumentará la contaminación por agroquímicos, aumentarán las emisiones de CO2 y el calentamiento global y se reducirá la productividad agrícola”… a no ser que los cultivos biotecnológicos nos proporcionen la solución, postula Fenoll. Puesto que “la demanda global de alimentos seguirá aumentando con el aumento de la población y de su poder adquisitivo, la agricultura deberá aumentar su producción en un 70% para 2050, de manera que, según la FAO, un 50% deberá proceder de la mejora de la productividad vegetal y un 20% del aumento de terrenos agrícolas. Además, como los combustibles fósiles se acabarán en algún momento, tendremos que usar biomasa como combustible.” Como conclusión a todo esto, Fenoll asevera que “la mejora del rendimiento agrícola es una necesidad urgente y un desafío científico”.

Sin ningún ánimo de crítica gratuita, es difícil imaginar mayor combinación de especulación e interpretación interesada y errónea en tan poco espacio. El panorama que dibuja esta explicación tecnocéntrica y lineal es desolador e inaceptable no ya desde puntos de vista sociales, estéticos y espirituales, que ya sería bastante, sino incluso científicos. Vamos por partes.

Como es de dominio público, la explosión demográfica humana que comenzó alrededor de 1.800 fue consecuencia del inicio de la era industrial, y tuvo mucho más que ver con el invento de la máquina de vapor y sus consecuencias y con los avances médicos posteriores (cirugía, anestesia, antibiosis, etc.) que no con la sustitución del paradigma agrícola, que empezó a transformarse de extensivo a intensivo hacia el siguiente cambio de siglo. Dicha sustitución se acentuó de manera muy notable tras la Segunda Guerra Mundial, con el descubrimiento clave de que ciertos tóxicos sintetizados en el contexto bélico servían para controlar las plagas de insectos en los monocultivos intensivos, a la vez que se incorporaban técnicas avanzadas de mejora genética vegetal (en el proceso que se ha dado en llamar “primera revolución verde”).

En 2050 seremos 9.000 millones de habitantes sobre el planeta si y solo si seguimos al ritmo de crecimiento actual, bajo las mismas condiciones (es decir, si nada importante sucede entretanto). Por consiguiente, dada la complejidad de la situación social y ambiental actual y la cantidad inmensa de variables interactuantes que la determinan, todo el razonamiento posterior de Fenoll resulta simplista. La base conceptual subyacente a esta frase y a los argumentos concomitantes expuestos por Fenoll es la del modelo -irreal- de crecimiento indefinido neomalthusiano, o su variante retroalimentadora (a más habitantes, más alimento; pero a más alimento, más habitantes, de manera que se vuelve imposible abandonar la paradoja de la Reina Roja). Aparte de esto, una situación tal de superpoblación es de por si disparatada por la presión a que se vería sometida la Tierra, que la haría probablemente inhabitable como consecuencia de la catástrofe ambiental derivada de la enorme pérdida de diversidad biológica. El consenso entre (la gran mayoría de) los biólogos sistémicos ambientalistas pasa por prevenir a los ciudadanos de los desastres que causaría tal densidad de población, a la vez que por proporcionarles la capacidad, basada en la educación en libertad, de decidir por si mismos si poner frenos y cómo hacerlo (que Fenoll juzga naive, en su propia expresión, con la sonrisa de suficiencia tan característica de quienes se “saben” en posesión de la verdad). Pretender que 9.000 millones de habitantes puedan vivir al mismo ritmo consumista que hacemos nosotros ahora es, simplemente, desconocer cómo funciona el sistema Tierra. De hecho, la causa última de la tremenda crisis de biodiversidad actual y del gravísimo deterioro ambiental es el exceso de población humana inherente a un sistema de organización socioeconómico basado, por resumirlo brevemente, en la competitividad productivista como motor fundamental. El sistema Tierra es incapaz de mantener, en condiciones razonablemente buenas para todos los individuos humanos y para el funcionamiento de las redes de interrelaciones entre los seres vivos, a una población global tan enorme. Para ilustrar sobre la insostenibilidad de la situación normalmente se recurre a citar cifras sobre el consumo medio diario per cápita de los humanos, que oscila en torno a 980 g de O2, 3000 cal. en alimento y3,5 l de agua. Pero se olvida sistemáticamente la otra cara de la moneda, que es realmente la cuestión fundamental: la presión sobre los seres vivos que tal cantidad de humanos ejercemos para satisfacer nuestras necesidades (tanto básicas como superfluas). Esta presión se traduce en cinco causas inmediatas fundamentales que conducen a la mencionada de pérdida de biodiversidad:

1.  fragmentación, alteración y contaminación de los hábitat, la fundamental de todas y la que avanza a un ritmo más acelerado;

2. sobreexplotación de las poblaciones silvestres por actividades como la caza, la pesca o la recolección excesivas, cuando no por mero capricho (denominado a veces “deporte”), y sustitución de la gama de variedades domésticas por unas pocas de supuesto alto rendimiento;

3. introducción de especies exóticas invasoras, altamente competitivas y oportunistas, que desplazan o extinguen a las autóctonas, con los consiguientes desajustes ecológicos;

4. aparición de las “cadenas de extinción”, consistentes en la extinción de todas las especies que se interrelacionaban en lugares concretos con especies funcionalmente clave cuando éstas desaparecen; y

5. cambio climático (efecto invernadero por aumento del vapor de agua, CO2 atmosférico y otros gases como metano, óxidos de nitrógeno y CFCs), que en pocos años produce alteraciones de tal calibre que los organismos no pueden aclimatarse a ellos (a diferencia de lo que ha ocurrido durante otros procesos de cambio climático a lo largo de la historia evolutiva de la Tierra, muchísimo más lentos).

Hay múltiples consecuencias inmediatas de todo esto, pero quizá la fundamental sea la pérdida de producción neta de los ecosistemas como consecuencia de su pérdida de funcionalidad. Los resultados de la pérdida de algunos de los servicios de los ecosistemas no son obvios en sí mismos, pero otros sí; uno de los más conocidos es el derivado del declive masivo de algunos polinizadores cruciales (que tiene como consecuencia el descenso masivo de las tasas medias de producción de frutos, particularmente documentadas en el campo agrícola). La pérdida de calidad de vida para el ciudadano medio (que no tanto para las élites privilegiadas, con mejor acceso a los productos de las nuevas tecnologías) asociada a la pérdida de biodiversidad se hace más patente cuando se recuerda que el concepto de biodiversidad incluye la amplia variedad de semillas de plantas domesticadas, hortícolas y silvícolas, seleccionadas por los humanos al menos durante los últimos 12.000 años, gravemente amenazada por la producción industrial y la comercialización de solo unas pocas variedades de alto rendimiento, entre ellas algunas variedades transgénicas, lo que redunda en una severa pérdida de soberanía alimentaria. El concepto de biodiversidad incluye también la variedad de paisajes naturales, esenciales para satisfacer demandas humanas tan íntimamente asociadas a nuestra condición como las estéticas y espirituales. La variedad paisajística está también seriamente amenazada por la urbanización indiscriminada de cada vez mayor porcentaje de superficie terrestre, que incluye no solo la transformación del terreno en viviendas, sino en instalaciones decididamente representativas del despilfarro de recursos propio de los países ricos (campos de golf, hoteles de lujo, pistas de esquí sobre superficies de alta montaña de un interés biológico extraordinario, pistas de motocross, etc.), la puesta en marcha de todo lo cual debería estar rigurosamente controlada. Es cierto que construir un mundo más equilibrado, donde se regule razonablemente la densidad poblacional, se redistribuyan mejor las riquezas y se contemple la conservación del mundo natural como una prioridad máxima requiere de un esfuerzo sin precedentes en la historia de la humanidad, como se ha mencionado repetidamente; pero ahí, precisamente ahí, está la clave de nuestra propia supervivencia próxima, como han documentado hasta la saciedad todos los biólogos sistémicos de prestigio, cada uno a su manera (Lovejoy, Ehrlich, Wilson, Simberloff, Lewontin, Diamond, Leakey, etc.; https://joseluisyela.wordpress.com/2011/10/10/2601/).

En todo caso, un escenario ecológico con un tercio menos de hábitat natural, como expone Fenoll, no es imposible que funcione, al menos teóricamente. Pero lo haría de forma muy rudimentaria e inestable, de manera que los riesgos de epidemias y catástrofes naturales se incrementarían de manera muy acusada. Y nuestra vida transcurriría en medio de un paisaje empobrecido, simple e impersonal, como argumenta Delibes.

Lo que sí es falso es afirmar que la agricultura es la actividad más devastadora para el medio. Lo es, claro que si, la agricultura intensiva, aquella que trata de maximizar el rendimiento agrícola, como postula Fenoll que debe hacerse (adviértase que no digo agricultura convencional, sino intensiva, porque la agricultura transgénica y biotecnológica de última generación es intensiva sin ser convencional). Es decir, aquella agricultura que no admite otra posibilidad que la de la maximización de la producción bajo el supuesto del crecimiento indefinido neomalthusiano, que es la que se sigue enseñando mayoritariamente en las Escuelas de Ingenieros Agrónomos. La tendencia que se defiende desde las posturas ecosocialistas, desde la práctica de la Biología de la Conservación y desde las de la Agrobiología es precisamente la contraria: la de la extensivización de las prácticas agropecuarias y el fomento de las pequeñas explotaciones, única vía capaz de invertir las dinámicas destructoras y expansivas actuales, capaz de mantener una agricultura sostenible -si es que el término puede usarse realmente-, de conservar unos niveles aceptables de biodiversidad, tanto natural como doméstica (es decir, de razas seleccionadas secularmente y adaptadas a condiciones locales variadas, que nada tienen que ver con las variedades producidas en laboratorio, y que por lo tanto no equivalen a éstas, como erróneamente aseveran muchos biotecnólogos) y de aspirar a alcanzar unos niveles razonables de soberanía alimentaria local.

Evidentemente, de seguir las tendencias demográficas actuales y la intensivización creciente de las prácticas agrícolas se cumplirán las premisas expuestas por Fenoll: aumentará la contaminación por agroquímicos, aumentarán las emisiones de CO2 y el calentamiento global y se reducirá la productividad agrícola. Eso está fuera de toda duda.

¿Y son acaso los cultivos biotecnológicos la solución? Pues no: más bien al contrario. Una cosa es que la biotecnología permita obtener hallazgos fundamentales en el laboratorio para el avance del conocimiento aplicado (en medicina, farmacia, veterinaria, incluso agronomía, etc.). Otra radicalmente diferente que la agrobiotecnología, o el uso en campo de variedades vegetales obtenidas mediante biotecnología, pueda ser la solución. Porque la única manera en que pueden usarse los vegetales biotecnológicamente generados es industrialmente, es decir, intensivamente. Que es como se están usando en la actualidad, con los impactos sociales y sobre el medio bien conocidos. Una utilización no intensiva de la agrobiotecnología es impensable; de hecho no está diseñada para ello, y solamente resulta rentable usada a gran escala. A pequeña escala, los productores locales obtienen mucho mayor rendimiento de las variedades locales no modificadas en laboratorio, adaptadas al lugar de origen y obviamente mucho más baratas (siempre y cuando el mercado de las semillas no esté en manos de unas pocas grandes empresas, no es necesario recordarlo, y siempre y cuando las tradiciones agrarias de las pequeñas comunidades locales sean respetadas y no se les intente solucionar el problema que se les causa una vez que se les ha tratado de exportar nuestro modelo de vida). Las plagas agroforestales, como está sobradamente documentado, afectan en la inmensa mayor parte de los casos a las plantaciones intensivas, de gran escala (los llamados monocultivos); en los cultivos a pequeña escala producen en general muy poco efecto, y son relativamente fáciles de controlar con los medios horticulturales tradicionales y con las modernas técnicas de control biológico o integrado. Lo mismo cabe decir para las mal llamadas “malas hierbas”, que solo representan un problema mayor en los cultivos de mediana y gran escala, no en los cultivos pequeños (excepto, quizá, en el trópico).

“Como los combustibles fósiles se acabarán en algún momento, tendremos que usar biomasa como combustible”, dice Fenoll. Los combustibles fósiles se están acabando, por supuesto; pero la aseveración anterior entera es, de nuevo, simplista. Primero, no solo es imaginable una situación futura en que la civilización tenga que depender necesariamente de la combustión, ni siquiera de la combustión del carbono. De hecho, se investiga mucho en otras direcciones. Quizá lo que Fenoll quiere decir es que tendremos que usar otros combustibles (por ejemplo, la biomasa, aunque como es obvio no es el único posible) para que la actual industria de la energía pueda mantener su hegemonía. En ese supuesto puede tener gran parte de razón, si. Segundo, la extinción económica del petróleo y otros combustibles fósiles va a tener consecuencias imprevisibles, pero en todo caso formidables, sobre los mercados y sobre los patrones de organización social, que ya vemos en la situación de fragilidad y catarsis en que están ahora mismo, de manera que suponer que la cuestión va a ser tan sencilla como la sustitución de unos por otros es o bien una ingenuidad (¿naive, Fenoll?) o una inducción intencionada e interesada a la confusión. Seamos bien pensados y admitamos la primera hipótesis.

“La mejora del rendimiento agrícola es una necesidad urgente y un desafío científico”. La primera parte de esta aseveración ya no es interpretable; es sencillamente falsa. Hay documentación en abundancia que demuestra que no solo se produce en el mundo alimento suficiente para satisfacer las demandas de la población actual, sino que se podrían satisfacer las de los 9.000 millones de habitantes previstos para 2050 con la producción actual si nada cambia (que todo indica además que cambiará, probablemente de manera bastante dramática). El problema no es de producción, pues, sino de organización y distribución. No es un problema técnico, sino político (véase, por ejemplo, Vivas, E. y Montagut, X., 2009. Del campo al plato. Los circuitos de producción y distribución de alimentos. Icaria, Barcelona). Parece fuera de toda duda razonable que esos argumentos sobre la distribución equitativa de los alimentos y la lucha contra el hambre en el mundo sirven más bien de excusa para el desarrollo de las técnicas industriales, productivistas y agresivas social y ambientalmente e intentan justificar el uso de agrotransgénicos. Los datos de la FAO reflejan que la Tierra produce ahora mismo el doble de alimentos de los que sus 7.000 millones de habitantes precisan para vivir, y a pesar de ello hay unos 925 millones de personas en situación de hambre crónica en 2010. Como científico y ciudadano, yo me pregunto qué razones puede haber para que otros científicos no admitan algunos hechos clave como éste. Para mí no es fácilmente explicable.

Por otro lado, a mí me resulta imaginativamente pobre que la cuestión de la mejora del rendimiento agrícola se considere un desafío científico si se compara con las cuestiones infinitamente más provocativas, creativas, nobles y probablemente sostenibles, en la acepción original de la idea, del control racional de la población, de la propuesta de procesos de producción agropecuaria alternativos, más seguros y de impacto decreciente, de la investigación de modos alternativos de obtención eficaz, segura y limpia de energía y, sobre todo, de la discusión seria, decidida y valiente de modelos de organización social que encaren la terrible situación actual e ideen modos eficaces, racionales y más justos de distribución de los recursos alimentarios. ¿Por qué no se pone el énfasis en invertir la tendencia demográfica mediante el uso del ingenio y de la tecnología, en vez de llenar el mundo de criaturas cuando menos extrañas al proceso evolutivo habitual y seguir explotándolo hasta la saciedad? ¿Por qué no se destinan los fondos que se merecen a las investigaciones sociológicas serias relacionadas con la sostenibilidad? ¿Por qué esta fascinación con un “progreso” cuando menos dudoso en esencia, si no ficticio?

La presentación de Fenoll muestra, a mi juicio, por lo menos otros dos puntos oscuros que pueden llamar a engaño al lego. El primero se refiere al hecho de que la mayor parte de los organismos transgénicos (OTs u OMGs producidos por ingeniería genética) se gestionan en condiciones de confinamiento, y solamente se usan fuera de los laboratorios los productos elaborados por éstos. En cambio, el caso de los agrotransgénicos es diferente, porque éstos se liberan en el campo y viven entremezclados con los organismos silvestres. El hecho en sí no tendría por qué suponer mayor problema, al menos no mayor que el que representa la adición de una especie exótica transitoria. Pero el polen puede viajar distancias enormes, ya sea por el viento o sobre insectos migradores, y polen transgénico puede alcanzar pistilos conspecíficos de variedades no transgénicas, con la consiguiente contaminación (de efectos socioeconómicos bastante indeseables en muchas ocasiones, por contribuir a la pérdida de calidad de razas autóctonas, como de hecho ya se sabe que ha ocurrido en maíz y soja, al menos). La condición de carentes de confinamiento de los agrotransgénicos y sus posibles consecuencias no se discuten en la charla de Fenoll, lo que puede producir la idea de que no tienen importancia.

El segundo punto oscuro se refiere a que deja de lado absolutamente todo el contexto socioeconómico derivado del hecho de que las variedades transgénicas están sujetas a patentes controladas por unas pocas corporaciones multinacionales, así como los modos de cultivo extremadamente agresivos desde el punto de vista ambiental, en campos de cultivo de enormes extensiones, o los procedimientos de adquisición de las tierras por parte de las multinacionales o los poderes financieros (http://www.elpais.com/articulo/economia/global/Pelea/nuevas/tierras/elpepueconeg/20111023elpnegeco_1/Tes), en general en países “en vías de desarrollo”, tierras de las que se evacúa a los nativos por medios a veces no demasiado ortodoxos o incluso violentos, en connivencia con los gobiernos locales (http://www.rtve.es/television/20110511/documentos-tv-planeta-venta/431792.shtml), tierras que se roturan y que se convierten en agrodesiertos.

No es de extrañar que el corazón se me quede en un puño tras la exposición de Fenoll. Si el mundo se va a convertir en lo que ella dibuja, ciertamente es conveniente ir pensando en exiliarse de esta civilización o en vivir lo más intensamente posible lo poco que a uno le quede. O seguir enfrentándose con todas las fuerzas y los argumentos a quienes pretenden avanzar por ese camino. Como científico, en modo alguno abjuro de la tecnología, lo que sería ignorar la propia condición humana. De hecho, la tecnología, como conjunto de herramientas ideadas por los humanos que permiten el aprovechamiento práctico del conocimiento científico, y por tanto que nos permiten enfrentarnos mejor a las vicisitudes ambientales, es esencial para nuestra supervivencia. Pero si los humanos perdemos de vista los objetivos de fondo, que no son otros que la satisfacción de las demandas básicas de todos los individuos (no solo de unos pocos, y no solo las de la alimentación) sin poner en peligro un entorno razonablemente bien conservado (condición indispensable, como sabe cualquier estudiante de ecología básica), cualquier uso de la tecnología acabará en desastre en un plazo breve.

Produce gran inquietud que tantos científicos españoles asuman, al plantearse la situación futura de la humanidad, que no tiene por qué haber ningún cambio de paradigma demográfico ni socioeconómico, y que lo que debe hacerse es idear métodos de producción de energía y alimentos que nos permitan a todos (incluso a los 9.000 millones de habitantes que se supone que habrá en 2.050) vivir al ritmo que vivimos ahora en el mundo industrializado, en vez de promover normas efectivas y bien fundamentadas para conseguir un decrecimiento y una menor demanda de energía, que es desorbitada hoy día en los países ricos, y una mejor distribución de los alimentos. Terrible, horrendo disparate, porque una situación tal de demanda de recursos es ambientalmente insostenible, y revela el grado de desconocimiento de la realidad ambiental que pueden tener incluso tecnólogos de primera línea.

Si esta es la manera en que conciben la realidad la mayor parte de los responsables del mundo actualmente, y nada hace pensar que no lo sea, tenemos los días contados. Porque los humanos no vivimos en un globo en el aire; vivimos nuestra realidad cotidiana, como animales que somos, en la biosfera, donde las interrelaciones entre los organismos y el entorno son cruciales. Y ese entorno no puede, sencillamente, soportar una presión como la que se plantean quienes desconocen ni siquiera someramente los pormenores de las delicadas redes de interacción de materia y energía entre los seres vivos y el ambiente ni son capaces de hacerse una idea de las consecuencias que su alteración puede causar, una vez traspasado cierto umbral.

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Personalmente, estoy claramente alineado con quienes, desde el activismo y desde el rigor científico, trabajan por un mundo más justo, equitativo, horizontal, diverso, participativo, franco y sano. Sin embargo, por estar disciplinado en el espíritu científico, soy en general bastante escéptico. Así que, al volver al laboratorio tras las jornadas, no he podido menos que indagar en la bibliografía especializada para comprobar hasta qué punto hay acuerdo o no sobre la tesis fundamental de Fenoll en cuanto a la inocuidad y necesidad de los agrotransgénicos. Y mi sorpresa no ha sido pequeña. Desbrozando la literatura y la información dispersa en Internet se encuentra uno multitud de publicaciones e informes sobre agrotransgénicos con resultados contrastantes. En todo caso, entre toda la maraña de información, desde mi punto de vista destacan cuatro cuestiones sobre todas las demás:

  1. Cuando se evalúan los efectos de los agrotransgénicos sobre el ambiente o sobre la salud, muchas de las publicaciones científicas están respaldadas o avaladas por las grandes empresas productoras y distribuidoras de los propios agrotransgénicos. Es sospechosa la actitud de ciertos científicos que toman los resultados de estas publicaciones por buenos sin someterlos a la crítica que, en principio, merecen, en lo que parece un comportamiento gremialista.
  2. Cuando no están dichas empresas detrás, al menos explícitamente, en general o bien las muestras de los ensayos son sorprendentemente cortas o muy desbalanceadas o bien la duración de los ensayos es aparentemente muy breve (cuando todo ello es explícito, que no siempre lo es). Aparte de eso, casi la totalidad de los ensayos están hechos en condiciones de laboratorio, y no de campo (donde otros factores pueden interactuar con los que se están midiendo y distorsionar completamente la respuesta de los trangenes; de hecho, la configuración y la acción de los polipéptidos depende de en parte del efecto de factores ambientales, que comienzan ya en el proceso de la misma traducción, y de ahí que la proteómica se reconozca como una disciplina mucho más compleja que la genómica, hablando en términos generales). Sin embargo, la opinión de los responsables de los ensayos es que éstos son inmejorables y que ningún otro producto se evalúa con tanto rigor como los agrotransgénicos. Algo no acaba de cuadrar, en mi opinión. Puesto que la propaganda protransgénica es sencillamente aterradora en cuanto al modelo social que defiende implícitamente y despectiva y paternalista con respecto a quienes defienden modelos alternativos (véase, por ejemplo, http://fundacion-antama.org/tema/seguridad-alimentaria/), mi impresión es que los proagrotransgénicos se han subido al tren de la huida hacia delante con los ojos cerrados, sin darse muy bien cuenta de las terribles consecuencias que puede tener esta actitud.
  3. Los efectos sociales raramente se mencionan en las evaluaciones; pero quizá esto se deba a que no he buscado en las bases de datos adecuadas.
  4. Los informes parecen confirmar la existencia de dos lobbies opuestos y claramente diferenciados, que se corresponden con las dos visiones de la organización del mundo que he descrito arriba del todo: aquel formado por los científicos que defienden los agrotransgénicos porque, dicen, no se han encontrado evidencias incontrovertibles de que sean nocivos o peligrosos y piensan que pueden ser parte de la solución al problema del hambre en el mundo, y aquellos que los reprueban porque o bien creen que las evidencias muestran que pueden ser dañinos o bien porque apelan al principio de precaución, al ser organismos que no han surgido en virtud de los mecanismos evolutivos que determinan la biodiversidad natural, aparte de porque reconocen que no representan solución alguna al problema del hambre, sino más bien un inmenso negocio.

El hecho es que hay abundante bibliografía publicada en revistas de prestigio, sometidas al proceso de evaluación por pares, que demuestra o al menos sugiere que los agrotransgénicos son biológicamente comprometidos, cuando no peligrosos. Voy a tratar de hacer un resumen muy breve de lo que me ha parecido fundamental de entre lo que he encontrado, aunque debe haber mucho más, recalcando que yo no soy experto en esto y podría no haber entendido bien del todo algún argumento.

Aparte de tener efectos letales sobre los insectos plaga, que es contra los que se utiliza, la proteína Cry1Ac (una toxina de la bacteria Bacillus thuringensis o toxina Bt, cuyo gen se transfiere a las plantas agrícolas para defenderlas) tiene un efecto tóxico también en ratones (Vázquez et al., 1999a; 2000). El asunto es delicado, porque aunque la bacteria es un integrante común de la biota edáfica, la toxina que produce de forma natural no parece ser exactamente la misma que la producida por la planta porque el gen no funciona de la misma forma cuando está inserto en el ADN de la planta. En general, por lo que se sabía hasta ahora, las formas espontáneas, naturales, de la toxina no producen efectos graves en los vertebrados si no se ingieren de forma masiva y continua, y han sido usadas con suficiente seguridad durante algunas décadas en la agricultura en forma de aerosoles, e incluso forman parte de programas de control biológico (Caballero & Ferré, 2001). Sin embargo, las variantes de toxina Bt producidas por las plantas transgénicas no funcionan de la misma manera, probablemente por efectos conjuntos con otros genes o por diferencias en su estructura terciaria (como se sugiere en Vázquez et al., 1999a; véase también Vélot, 2009). El problema estriba en que las pruebas de seguridad que se habían llevado a cabo rutinariamente por las mismas compañías productoras de los OTs o por otros laboratorios de investigación se habían realizado usando los cristales aislados, producidos directamente por la bacteria, y no usando la toxina Bt extraída de plantas modificadas genéticamente, puesto que el proceso de aislamiento es demasiado caro (como se reconoce explícitamente; http://www.gmo-safety.eu/).

Por otro lado, las toxinas Bt producidas en campo por los agrotransgénicos han sido insertadas en éstos junto a promotores diseñados para que la toxina se exprese en cada célula de la planta durante toda la vida de ésta, de manera que es ingerida directamente por los animales o las personas siempre que consumen las partes de las plantas transgénicas correspondientes vivas o sin procesar, como puede ser el maíz Bt. Por el contrario, las toxinas Bt naturales utilizadas en los aerosoles agrícolas se degradan con rapidez a la luz del sol al quedar inmediatamente expuestas. Por esta razón, y porque no son producidas continuamente, es extremadamente improbable que puedan llegar a ser consumidas tanto por animales como por personas. Es conveniente reseñar que ingestas suficientemente grandes y prolongadas de las toxinas Bt naturales pueden causar daños orgánicos; como se ha indicado, Vázquez et al. (1999b, 2000) han demostrado en animales de laboratorio que producen una respuesta inmunitaria fuerte y potencian la respuesta inmunitaria frente a otras sustancias. En estudios a medio plazo (4 generaciones), ratones alimentados con maíz transgénico Bt producen camadas menores y descendientes más pequeños, en los que un número significativamente mayor de genes sufre alteraciones que en los controles (Velimirov et al., 2008). De alguna forma, pues, la fertilidad puede quedar mermada. Por otro lado, el maíz transgénico MON 810 afecta negativamente al sistema inmunitario de ratones jóvenes y maduros (Finamore et al., 2008); también produce daños en los riñones y en el hígado de ratas tras tres generaciones siendo alimentadas con dicho grano (Kilic & Akay, 2008). El páncreas y el hígado de los corderos resulta dañado cuando ingieren maíz Bt 176, como lo revela un estudio de tres años (Trabalza-Marinucci et al., 2008). De igual manera, aquellos conejos que son alimentados con soja transgénica sufren cambios en su corazón y sus riñones (Tudisco et al., 2008), y a pesar de que no se han detectado diferencias significativas en cuanto al peso de los individuos ni al peso de órganos frescos, prácticamente todos los órganos examinados por estos autores manifiestan algún tipo de alteración en ambos sexos. Los daños en riñones, hígado y otros órganos quedan confirmados en mamíferos por Vendômois et al. (2009).

La soja transgénica, que incorpora el gen que la hace tolerante al herbicida glifosato, reduce la tasa metabólica en ratas hembra y acelera el proceso de envejecimiento del hígado tras 24 meses de ensayos (Ermakova, 2007; Malatesta et al., 2008a); además, Malatesta et al. (2008b) sugieren que los residuos del herbicida Roundup (a base de glifosato) pueden estar interfiriendo con múltiples rutas metabólicas en ratas. Por otro lado, la estructura citológica de los testículos de rata también se ve afectada significativamente por efecto de la soja transgénica (Vecchio et al., 2004), lo que sin duda debe tener efecto no solo sobre la condición individual, sino también sobre las tasas reproductivas.

El glifosato usado en las plantaciones de OTs produce malformaciones fetales o teratogenias en vertebrados e incluso abortos (Paganelli et al., 2010; Antoniou et al., 2011), cuyo mecanismo de acción preciso está empezando a conocerse (Paganelli et al., 2010; no está de más citar la historia de persecución a que se ha visto sometido el director del equipo de investigación que publicó este estudio, que puede consultarse en http://www.gmwatch.eu/index.php?option=com_content&view=article&id=12482:reports-andres-carrasco-interview). Además, está demostrado que los residuos que quedan en la alimentación de procedencia transgénica pueden causar daños celulares severos e incluso la muerte de células individuales humanas (Benachour & Séralini, 2008). Así, Gasnier et al. (2009) observan una alteración de células endocrinas debida a residuos de herbicidas basados en glifosato. Encuentran que pueden funcionar como interruptores endocrinos y ser tóxicos, de manera que aconsejan evaluar residuos de ese tipo tanto en los alimentos como en el pienso y en el ambiente, y discuten su tipificación como posibles agentes carcinogénicos, mutagénicos o tóxicos en relación con la reproducción. Por otro lado, el glifosato que contiene Roundup puede causar mortalidades notables en animales acuáticos (Relyea, 2005).

Una cuestión muy debatida consiste en el alcance biológico de la persistencia y del movimiento de ADN transgénico en los sistemas agrícolas y naturales, que en buena parte se desconocen, pero que representan amenazas potenciales en cuanto a la transferencia horizontal de genes y la eventual proliferación de ADN modificado genéticamente en el medio. Hart et al. (2009) identificaron los transgenes CP4 EPSPS en microartrópodos edáficos, en nemátodos, en lombrices de tierra y en macroartrópodos epiedáficos en campos de cultivo de transgénicos. Aparte de ello, la concentración de ADN transgénico en los animales fue significativamente mayor que la encontrada en el suelo, lo que sugiere que los animales se alimentan directamente de material vegetal transgénico. Esto demuestra, pues, la persistencia de residuos de ADN de los cultivos transgénicos en el seno de una red alimentaria. Además, la contaminación no se reduce a los ecosistemas terrestres, sino que se han encontrado evidencias de la persistencia de productos residuales de agrotransgénicos (por ejemplo, proteinas Cry1Ab del maíz Bt) en cabeceras de arroyos (Tanka et al., 2010).

Más grave, por la inmediatez de su efecto potencial en humanos, parece ser el hecho de que fragmentos de ADN vegetal transgénico se hayan encontrado en multitud de tejidos tanto de cerdo (Mazza et al., 2005; Sharma et al., 2006) como de oveja (Sharma et al., 2006) alimentados con soja y colza transgénicas. La trascendencia biológica de este hecho es todavía cuestionable, pero por un lado la industria y los lobbies biotecnológicos protransgénicos habían considerado que algo así era imposible y por otro la EFSA (Autoridad Europea para la Seguridad Alimentaria) ha silenciado estas publicaciones de manera sistemática, por la razón que sea (a fecha de 27-11-2011, la de Mazza et al. reúne 47 citas según el ISI y la de Sharma et al. 28, lo que representan cifras alrededor de la media para artículos sobre el tema en las revistas promedio del ramo; luego la comunidad científica no las ha silenciado, al menos del todo).

Otra cuestión interesante estriba en que en ocasiones se producen transformaciones heredables en la expresión de ciertos genes que no implican alteraciones en la secuencia de nucleótidos en su ADN, que se denominan epigenéticas (Russo et al., 1996; Reamon-Buettner et al., 2008; McGowan et al., 2008; Craig & Wong, 2011). Por esta razón, no deberían permitirse cambios importantes en la dieta como los que suponen los provocados por los OTs sin haberse llevado a cabo antes ensayos bien diseñados (y no reduccionistas) y a lo largo de un lapso de tiempo suficientemente largo.

En general, en los ensayos para evaluar la toxicidad de los OTs existe un sesgo debido sobre todo a defectos de diseño experimental, sesgo que puede enmascarar los efectos adversos de éstos en los alimentos (Ho, 2008a). Por otro lado, la mayor parte de las veces las fuentes de datos que aportan las empresas que comercializan los OTs no son todo lo fiables que debieran, de acuerdo con Ho et al. (2007). En una investigación sobre los criterios biológicos relevantes a considerar en las evaluaciones de riesgo toxicológico para medicamentos, agroquímicos y transgénicos, Séralini et al. (2009) recalcan que las  diferencias de sexo y los efectos no lineales dependientes de la dosis o del tiempo de exposición deberían ser considerados, en contra de las afirmaciones de un panel de expertos de Monsanto en relación con los efectos de un OT, el maíz Bt MON 863, de manera que se puedan revelar lo más precozmente posible tanto las enfermedades dependientes del funcionamiento hormonal como los primeros signos de toxicidad. Dichos factores apenas se estaban teniendo en cuenta hasta ahora, de manera que las evaluaciones resultaban por lo general “lamentablemente inadecuadas” (en los propios términos de los autores). Por otro lado, en una revisión reciente sobre las limitaciones de los procedimientos seguidos en la evaluación de la seguridad de los agrotransgénicos y de sus efectos conocidos y potenciales sobre la salud, Dona & Arvanitoyannis (2009) admiten que ciertos alimentos transgénicos han demostrado que pueden afectar tóxicamente varios órganos y sistemas en animales vertebrados. Los efectos sobre la salud más unánimemente reconocidos son aquellos que causan daños hepáticos, pancreáticos, renales y en las gónadas, y pueden alterar ciertos parámetros hematológicos, bioquímicos e inmunitarios. Sin embargo, se reconoce que hacen falta muchos años de investigación adicional para perfilar mejor dichos efectos.

Por otro lado, Vendômois et al. (2010) reclaman, a pesar de las críticas del potente lobby protransgénico, que las pruebas con OTs han de ser más largas de lo que lo han sido hasta ahora por norma (unos tres meses), deben ser obligatorias y han de realizarse de forma independiente, por técnicos externos; en definitiva, los diseños experimentales deben ser más rigurosos (véase también Andow & Hilbeck, 2004). Por otra parte, en un asunto tan serio como el que se refiere a la salud y soberanía alimentarias los resultados no deberían mantenerse nunca en secreto por parte de las empresas comercializadoras. A pesar de los numerosos comentarios negativos e incluso despectivos sobre los argumentos y procedimientos de Séralini y colaboradores, entre los que está Vendômois (p.e., http://academicsreview.org/reviewed-content/genetic-roulette/section-1/1-3-bt-corn-is-safe/), lo cierto es que Séralini parece tener razón en cuanto a la relación estadística entre tamaños muestrales y potencia de análisis en los diseños experimentales que critica, de manera que no parece pertinente dudar de aquellos de sus resultados que describen daños en mamíferos provocados por OTs. Incluso cuando reanaliza los datos de estudios con ratones alimentados durante 90 días (que son demasiado breves para revelar efectos importantes, y no digamos crónicos, en los patrones fisiológicos examinados), observa daños evidentes en las células renales y hepáticas (Séralini et al., 2011). El argumento de la EFSA de que los resultados son «estadísticamente significativos pero no biológicamente taxativos» no parece en realidad muy convincente, y Séralini et al. (2011) lo critican abiertamente y recomiendan una transformación de los protocolos de evaluación de la seguridad que incluyan evaluaciones a lo largo de toda la vida y durante varias generaciones de los organismos bajo estudio.

Aparte de lo anterior, Meyer (2011) insiste en la necesidad de que los protocolos de evaluación de los agrotransgénicos deban incluir aspectos sanitarios, ambientales, sociales y económicos, de los cuales los dos últimos no pueden incluirse actualmente de manera rutinaria por no estar suficientemente desarrollados; propone un marco que integre los resultados del debate social y los aspectos legales de la seguridad biológica, lo que sería muy deseable para contribuir a moderar la polémica y a situar los hechos en su verdadero lugar.

Hay evidencias que sugieren que los ftalatos (plásticos que no tienen nada que ver con los transgénicos) pueden estar desempeñando un papel de contaminantes antiandrogénicos, de manera que la salud reproductiva masculina humana se esté deteriorando progresivamente, como parece que ocurre (Fisher, 2004). De acuerdo con Orton et al. (2011), un número bastante elevado de plaguicidas de uso común ejerce también ese papel. Dichos autores se preguntan si, dado el espectro de los plaguicidas examinados, no podría ocurrir lo mismo con el glifosato u otros productos derivados de la industria agrotransgénica, lo que sobre el papel parece bastante probable. Por su parte, Aris & Leblanc (2011) han evaluado la correlación entre la manifestación maternal y fetal a diferentes niveles de exposición de glifosato (usado fundamentalmente como herbicida en los campos de soja transgénica) y proteína Cry1Ab (toxina Bt) en mujeres embarazadas y no embarazadas. Sueros con glifosato y glufosinato fueron detectados en mujeres no embarazadas pero no en las embarazadas. En mujeres embarazadas, en las no embarazadas y en los fetos  se detectaron, sin embargo, suero del metabolito 3-MPPA (ácido metilfosfínico-propiónico) del glufosinato y toxina CryAb1. Este resultado revela que existe circulación de plaguicidas asociados a alimentos modificados genéticamente en mujeres embarazadas y no embarazadas, y abre interrogantes a resolver en relación con la toxicidad útero-placentaria. Por otro lado, el hecho de que las mencionadas sustancias estén  en la sangre de mujeres hace pensar que también estén presentes en la de los hombres; en principio, nada hace pensar lo contrario, aunque deberá demostrarse (véase también https://joseluisyela.wordpress.com/2011/04/26/%c2%bftoxinas-bt-en-sangre-humana/).

¿Y bien? Toda esta información, que contrasta radicalmente con la que ofrece Fenoll, creo que no hace demasiado arriesgado afirmar que el uso de agrotransgénicos es al menos potencialmente peligroso (Relyea, 2005; Clark, 2006; Benachour & Seralini, 2008; Finamore et al., 2008; Malatesta et al., 2008a, b; Trabalza-Marinucci et al., 2008; Velimirov et al., 2008; Dona & Arvanitoyannis, 2009; Tanka et al., 2010; Aris & Leblanc, 2011). Además, algunos autores postulan que es inútil porque no siempre aumenta la productividad vegetal de manera significativa (Clark & Lehman, 2001; Gómez-Barbero et al., 2008; Ho, 2008b) ni a la larga los beneficios, en función de la lenta aunque paulatina aparición de resistencias en las plagas (Luttrell et al., 2004; Li et al., 2007; Van Rensburg, 2007; Romeis et al., 2008; Tabashnik et al., 2008a, b, 2009a, b; Prasfka et al., 2009; Storer et al., 2010; Tabashnik & Carrière, 2010) y de la proliferación de plagas secundarias (Wu et al., 2002; Men et al., 2005; Rovenska et al., 2005; Wang et al., 2008: Lu et al., 2010), algunas de ellas de gran importancia. Al menos en el caso de los agrotransgénicos Bt, el hecho de que no aumente la productividad media puede deberse a que la expresión de la endotoxina Cry1Ac tiene ciertos efectos perjudiciales tanto en el crecimiento como en el desarrollo de las plantas transgénicas, como han demostrado Rawat et al. (2011) para los casos del algodón y del tabaco.

Referencias citadas:

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El segundo evento, las Jornadas Científicas Internacionales sobre Transgénicos, ha tenido un carácter muy diferente. En este caso, la intención no era aportar información a un auditorio compuesto sobre todo por alumnos desconocedores del tema, razón por la cual en las Jornadas de la UCLM se motraron diferentes puntos de vista, sino la discusión organizada sobre los argumentos que desaconsejan la producción y comercialización de los agrotransgénicos. Mi interés en asistir derivaba fundamentalmente de que habían sido invitados como ponentes varios biotecnólogos extranjeros (algunos conocidos por su postura antiagrotransgénica y mencionados en las referencias anteriores). Dado que en España la opinión casi unánime de los biotecnólogos está a favor de los agrotransgénicos, me intrigaba saber qué datos y argumentos podían discutir los ponentes científicos y cuál sería su idea en relación con la producción en laboratorio, cultivo en campo y distribución de OTs en el contexto actual. Y obviamente, me intrigaba entender por qué España sigue siendo diferente, claro. Afortunadamente, parte de las ponencias están grabadas en vídeo y a disposición pública (http://www.eoi.es/portal/guest/evento/1739/jornadas-cientificas-internacionales-sobre-transgenicos-los-transgenicos-en-el-ambito-cientifico-agricola-medioambiental-y-de-la-salud-jornada-1 y http://www.youtube.com/playlist?list=PL71F081052D7A4C6A); de esta manera es mucho más fácil evitar, o en su caso detectar, malas interpretaciones. También está publicada la excelente síntesis final de Jorge Riechmann, que en parte voy a utilizar aquí (http://tratarde.wordpress.com/2011/11/11/sobre-transgenicos-agroecologia-democracia-y-capitalismo/; véase también http://vamosacambiarelmundo.org/%E2%80%9Cactuamos-como-el-avestruz-cerramos-los-ojos-ante-realidades-desagradables%E2%80%9D/).

El primer día abrieron la jornada la responsable del Área de Sostenibilidad y Medio Ambiente de la Escuela de Organización Industrial, donde se celebraba la reunión, y Jerónimo Aguado, agricultor, ganadero y presidente de Plataforma Rural, como rezaba el programa, pero yo añadiría que, además y sobre todo, persona cabal, sencilla y cercana… que es de lo que se trata. “Lo más importante es que soy un campesino que quiere seguir siendo campesino”. Ay, Jerónimo, malos tiempos nos han tocado…

Jerónimo Aguado

 Aguado destaca que los integrantes de Plataforma Rural “apostamos por un mundo rural vivo y no queremos transgénicos, porque secuestran nuestro futuro y representan la estocada final de una muerte anunciada” (refiriéndose al libro de 1971 de Enrique Barón, “El final del campesinado”, Zero, Madrid). “Desde el punto de vista del agricultor, son la máxima expresión de un modelo muy productivista e industrializado, además de insostenible y que vuelve al campesino dependiente (y por eso le ha expulsado del campo)”. “Detrás de esta tecnología se esconde, desde nuestro punto de vista, una amenaza real sobre el control de las semillas por un grupo muy pequeño de corporaciones transnacionales”. Realmente, los temores de Jerónimo no son nada infundados.

A continuación tomó la palabra Christian Vélot, profesor de genética molecular en la Universidad Paris Sud 11 y miembro del Consejo científico del CRIIGEN, conocido crítico de los agrotransgénicos y conocido también por la persecución y difamación de que fue objeto por destacados miembros protransgénicos de su mismo centro de investigación, como leí estos días de atrás. Con estas credenciales, puede entenderse que mi expectación fuera máxima. La exposición de Vélot, “¿Qué son los OMGs? Consecuencias sanitarias y ambientales de los OMGs agrícolas”, comenzó con estas preguntas sobre la pantalla: “OMGs: ¿Organismos Maravillosos y Geniales? ¿Organismos Monstruosos Genéticamente? ¿Objetos de Mercadeo Genético?”

Christian Vélot al comienzo de su charla (todas las fotos que vienen a continuación están sacadas de http://www.greenpeace.org/espana/es/Blog/confirmados-incertidumbre-cientfica-y-grave-i/blog/, mientras no se diga lo contrario)

Y de todo hay, como se encargó de dejar patente. Su charla fue clarísima, enormemente didáctica y muy enjundiosa desde el punto de vista técnico (algo parecido a la de Fenoll, comentada al principio), y tuvo dos partes claramente diferentes en lo conceptual. La primera se centró en explicar detalladamente, pero en lenguaje sencillo, en qué consiste la organización celular y genética, cómo es su funcionamiento en los organismos procariotas y eucariotas (poniendo mucho énfasis en el proceso de traducción del ARNm y en la importancia de la estructura terciaria de las proteínas, así como en el gran desconocimiento que tenemos sobre cuáles son los resultados funcionales últimos y próximos de la acción conjunta, sinérgica, aditiva o no, de muchos genes), cuáles son los procesos moleculares implicados en la evolución biológica y en qué consiste la transgénesis, tanto estructural como funcionalmente. De esta forma, estaba en condiciones de definir sin ambigüedades lo que son los OMGs y las diferencias que existen entre unos tipos y otros. Esto es esencial para que el lego pueda comprender con claridad qué tipos de OMGs pertenecen a la categoría de razas silvestres y cuáles no, y qué tipo de peligros o dependencias ambientales, sociales y para la salud pueden tener unos y otros. Así, definió OMG como “organismo vivo cuyas características genéticas han sufrido alguna modificación no natural, añadiendo, suprimiendo o reemplazando al menos un gen, incluso duplicando su genoma entero”, y OT como “OMG al que los humanos hemos añadido transgenes, es decir, hemos insertado genes de otro organismo distinto”. La interpretación funcional reduccionista, más generalizada, difunde el mensaje de que el gen transferido produce una proteína concreta para satisfacer un objetivo concreto. Por ejemplo, el maíz transgénico Bt, que ha recibido el gen bacteriano (de Bacillus thuringensis) que codifica la proteína tóxica para las plagas clave, los taladros o barrenadores Ostrinia nubilalis (Pyralidae) y Sesamia nonagrioides (Noctuidae), queda defendida de la acción de dichas plagas, porque cualquier oruga que las mordisquea muere por intoxicación (en realidad, por incapacidad de absorber los nutrientes por destrucción del epitelio intestinal). Este efecto ocurre, sin duda, mientras las plagas no desarrollen resistencias. ¿Pero es el único? He ahí la cuestión fundamental. ¿Qué acción conjunta produce el gen extraño junto con otros genes propios del organismo modificado, sobre todo en función del lugar del genoma en que el transgen queda inserto? Porque la famosa “precisión quirúrgica” en la inserción de los genes y el subsiguiente control absoluto de sus funciones que proclaman los biotecnólogos tecnoentusiastas y las empresas del ramo no forma sino parte de la propaganda, de acuerdo con Vélot. El mismo Vélot (biotecnólogo, recuérdese) reconoce que “si los cirujanos manejasen lo quirúrgico como los biólogos moleculares manejamos las técnicas de ingeniería genética (entre otros, los “cañones de genes” para transgénesis vegetal), yo no aconsejaría a nadie que entrase jamás en un quirófano”.

… la acción conjunta de muchos genes, muchos de los cuales pueden ser redundantes o simplemente neutros en solitario… Uno se congratula de escuchar a un biotecnólogo no reduccionista, y no solo en cuanto a la descripción aséptica del proceso de transgénesis, sino en cuanto a su interpretación funcional. O yo había escuchado a pocos biotecnólogos españoles y había tenido muy mala suerte en la selección del repertorio, o la escuela biotecnológica española sigue siendo tan lineal, dócil y apoltronada conceptualmente (por más que técnicamente sobresaliente) como aquella que yo conozco mejor, que es la ecológica. Aunque he de reconocer que ciertos sectores de esta última han progresado conceptualmente una enormidad en las últimas tres décadas, en buena medida gracias a la labor de algunos ecólogos evolutivos como Carlos Herrera, Pedro Jordano o Jordi Bascompte, y algunos otros que figuran como coautores del volumen editado en 2003 por M. Soler “Evolución, la base de la biología” (Proyecto Sur de Ediciones, Granada).

Christian Vélot planteó en la segunda parte de su exposición algunos interrogantes más de este tipo, para ilustrar entre otras cosas la importancia que tiene la elección precisa de los términos lingüísticos en relación con las ideas que tratan de transmitirse. Por ejemplo, reflexionó sobre la ilusión que supone afirmar que hemos “descifrado” el genoma humano, cuando en realidad solo lo hemos descrito, es decir, hemos averiguado su composición química secuencial. Que no es poca cosa, desde luego; pero que no es lo mismo. Porque descifrar implica conocer el funcionamiento para poder hacer predicciones, y en ese sentido es muchísimo menos lo que se ha avanzado (parafraseando a Manfred Max-Neef, “hemos alcanzado un nivel en el que sabemos muchas cosas, pero entendemos muy poco”). En descargo de nuestros criticados biotecnólogos, es necesario añadir que la práctica de usar términos y frases altisonantes, que no se ajustan con precisión al objeto o proceso descrito, es común a todos los ámbitos de la práctica científica actual, porque es un rasgo de la sociedad en la que vivimos, en la que la habilidad en la expresión precisa se ha empobrecido notablemente y en la que “hay que saber vender el producto” porque, en un entorno hipercompetitivo y hegemonista, es imprescindible estar demostrando a cada momento que se es el mejor (aunque no se sea, evidentemente). De esta forma, ha llegado a tener más importancia la apariencia que la esencia. ¿Quién no ha recibido algún comentario de algún evaluador o editor en la línea de “su manuscrito contiene información relevante, pero debe usted conseguir que destaque más”? ¿Para qué? ¿Para que usted, señor editor, pueda vender mejor su producto? O tempora, o mores! Eso sí, hay que reconocer que en cuanto a vender su producto los agrobiotecnólogos han sacado mucho más partido de las circunstancias que los demás y nos llevan una gran ventaja a muchos otros colectivos de científicos, y que se han trabajado con gran dedicación las maneras más efectivas de convencer (casi) a cualquiera, con una suficiencia muchas veces desbordante.

Por otro lado, la elección por parte del biotecnólogo (o de la empresa que subvenciona su trabajo) de determinados procedimientos tecnológicos, que aparentemente quedan confinados al marco del laboratorio pero cuyo producto final va a formar parte esencial de la cadena alimenticia humana, y la forma en que esa elección se explica después al gran público, pueden tener repercusiones sociales enormes, de manera que puede dar la impresión de que es la ciudadanía la que ha optado por unos procesos de transformación y producción vegetal de los que en realidad desconoce completamente su fundamento. De acuerdo con Vélot, todo esto pasa sin que la mayor parte de las veces nos demos cuenta, ni siquiera las personas implicadas. Lo que ocurre cuando los colectivos de agricultores y ciudadanos toman conciencia de estas cuestiones es lo esperable: el enfrentamiento directo e inmediato entre la potente maquinaria transgénica agrícola industrial, que trata de controlar corporativamente y de forma oligopólica la agroalimentación, y el entorno casmpesino y agroecológico, que tiene su razón de ser última en la soberanía alimentaria de pueblos e individuos.

Christian Vélot en otro momento de su charla

 Realmente me produjo emoción y satisfacción escuchar a este hombre, entre otras cosas porque la mayor parte de mis temores acerca de si mis tesis antiagrotransgénicas podrían estar desenfocadas se disiparon en buena medida. Así como las respuestas de Fenoll hace días fueron soterradamente defensivas y evasivas y estaban fundamentadas en supuestos no claramente demostrados o, para mí, inaceptables moral o ambientalmente, Vélot resulta directo y convincente no ya por el modelo agrario que defiende, sino por los argumentos científicos que proporciona.

Le hice la siguiente pregunta: “Soy colega tuyo, pero no biólogo molecular sino de organismos y sistemas. Por lo tanto, no soy experto en algunos aspectos del funcionamiento de los OTs y puedo estar emitiendo algunos juicios erróneos cuando hablo de ellos. El caso es que aquellos colegas españoles a los que he preguntado en distintos foros acerca de la naturaleza “artificial” de los OTs insisten en que el proceso de transgénesis es completamente habitual y está ocurriendo constantemente en la naturaleza, por lo que cabría considerarlo un mecanismo evolutivo más. De esta manera, la transgénesis de laboratorio sería equivalente a la que ocurre en condiciones naturales. Yo creo que esto no es exactamente así, pero no estoy muy seguro. ¿Podrías aclararnos qué hay de cierto en ello?” Vélot pareció sorprendido de que la pregunta viniera de un colega antiagrotransgénico, pero su respuesta fue meridiana. “No es un fenómeno natural, y se diferencia de otros procesos relativamente parecidos (pero ontológicamente distintos) en tres cuestiones críticas: inmediatez, artificialidad y confinamiento. Un OT producido en laboratorio no resulta de la interacción, mediada por las condiciones ecológicas del encuentro, entre dos organismos diferentes en su entorno natural y mantenida por selección natural, sino que se fabrica instantáneamente. [Añado: procesos de fusión de genes o genomas ocurren en la naturaleza de manera instantánea, pero bajo unas condiciones completamente diferentes que las que se dan en el laboratorio. Por eso, la inmensa mayor parte de estos “experimentos naturales” no tienen viabilidad. La viabilidad solo es posible cuando la selección natural no elimina todos los recombinantes, sino que posibilita la supervivencia y reproducción de aquellos en los que el conjunto de interacciones genéticas, enzimáticas y celulares permite el desarrollo completo]. Tanto el proceso como el organismo resultantes son, por tanto, artificiales, e imposibles de producirse por sí mismos en condiciones naturales (al menos, los agrotransgénicos convencionales). Por último, el procedimiento de producción de un OT en laboratorio ocurre bajo condiciones de confinamiento, mientras que los procesos naturales de intercambio genético no. El confinamiento es indispensable no ya por cuestiones técnicas, operativas, del manejo del material genético, sino como medida precautoria; el escape de ciertos OMGs podría traer consecuencias desastrosas para la propia supervivencia humana. En cambio, aunque los agrotransgénicos se producen confinadamente, después se liberan en el campo, de manera que es el entorno el que tiene que acomodarse al organismo extraño una vez que su germen está completamente desarrollado, y no al revés.”

Ahí quedan los argumentos para la reflexión. En cualquier caso, a mí personalmente me encajan bien con lo que entiendo de organización de los sistemas naturales, mientras que los de los biotecnólogos pro-agrotransgénicos solo me encajan parcialmente y con calzador, el que supone intentar ajustar todo dato o argumento a un molde, a mi juicio, equivocado. Por supuesto, todo esto en relación solo con las cuestiones estrictamente biológicas. ¿Por qué, pues, hay tantos biólogos, especialmente españoles, a favor de los agrotransgénicos? ¿Por qué esa banalización interesada de los riesgos, de la que habla Vélot? De hecho, lo que Vélot afirma es que “al comer transgénicos estamos comiendo veneno”… Y, sobre todo en el caso de la soja tolerante al herbicida Roundup, la aserción no puede ser más exacta.

Julien Milanesi (Universidad de Pau, Francia), economista, expone los resultados de un minucioso análisis de los costes que le supone al sector agropecuario el cultivo de agrotransgénicos, básicamente soja, y cómo afecta a las oscilaciones del precio del pollo «etiqueta roja» (sin alimentación transgénica), como consecuencia de las oscilaciones del precio del pollo alimentado con transgénicos. En los países donde se cultiva una superficie grande de soja transgénica es más difícil obtener semillas de soja natural, lo que lleva asociados sobrecostes en la cría del pollo.

Rosa Binimelis (CREDA, Universidad Politécnica de Cataluña) ilustra sobre los impactos socioeconómicos de los agrotransgénicos. En los llamados “países en vías de desarrollo” estos impactos pueden ser brutales (y nada mejor que recordar a este respecto los famosos videos “El mundo según Monsanto”, http://www.youtube.com/watch?v=LdIkq6ecQGw y “La guerra de la soja”, http://www.youtube.com/watch?v=9Tq8lrBfH6Q). Sin embargo, cuando se procede a la evaluación de estos productos, los aspectos socioeconómicos apenas se tienen en cuenta. Solamente están incluidos en la legislación noruega, que exige llevar a cabo evaluaciones de sostenibilidad, de interés público y de ética, tanto en los países productores como en los importadores. Puesto que no ha habido ningún agrotransgénico que haya superado la evaluación positivamente, Noruega no ha autorizado ninguno en su territorio. Y Noruega no es precisamente un país retrógrado ni atrasado, de acuerdo con los cánones de los desarrollistas y supuestamente “avanzados”.

Binimelis relata, además, una anécdota muy reveladora sobre la histeria fashion y pretenciosa que nos tiene dominados en esta sociedad de apariencias y obnubilada con lo moderno y novedoso, aunque pueda ser inútil: en una de sus entrevistas de trabajo, un técnico de una cooperativa le revela que “Pioneer es quien más vende ahora, porque el gen de Syngenta es ya viejo y la gente siempre quiere lo último en tecnología”. Una frase tremendamente significativa y para reflexionar profundamente. Y si las personas estamos tan obnubiladas es porque recibimos una presión enorme de la monstruosa maquinaria propagandística que hay detrás, que necesita vender y vender (supuestos) nuevos productos. Una prueba más de un sistema de organización que es insostenible, en particular en una situación como la que vivimos actualmente.

 Milanesi, Ruiz y Binimelis

 Antonio Ruiz, agricultor ecológico y biodinámico y ex-presidente del Comité Aragonés de Agricultura Ecológica (CAAE), tiene una intervención memorable.

Antonio Ruiz

 Cuenta su experiencia personal con el cultivo del maíz de manera muy emotiva, y cómo mientras todos los agricultores que le rodeaban iban pasándose al cultivo del maíz transgénico en Aragón él no solo mantenía su variedad tradicional, sino que además la cultivaba biodinámicamente. Con dos resultados cuya valoración no admite réplica: por un lado, su satisfacción personal, algo que desconocen todos aquellos que no han metido las manos en la tierra y han ido cuidando las plantas según crecen hasta dar su fruto, y por otro sus mismas plantas, casi el doble de grandes que las de sus colegas, naturalmente debido a los cuidados dispensados (que siempre son mayores cuanto más manejable es el campo de cultivo en cuestión de tamaño), ante el asombro de los vecinos.

Antonio Ruiz entre algunas de sus vigorosas plantas (http://www.ejeadigital.com/index.php?sec=1&id=5540)

 Antonio habla sobre la imposible coexistencia entre variedades transgénicas y no transgénicas. Y tiene toda la razón. ¿De dónde procede el polen que se recoge en las patas y tórax de las Autographa gamma que llegan a Escandinavia todos los años, procedentes del sur de Europa o norte de África? ¿Y de Helicoverpa armigera, Mythimna unipuncta o Agrotis ipsilon, plagas recurrentes o potenciales del maíz?

El suelo, naturalmente, es otro gran afectado tanto por los herbicidas como por las toxinas de los transgenes. Quizá el medio más afectado. María del Carmen Jaizme Vega (ICIA, Secretaria de la SEAE) examina las maneras en que los organismos del suelo y de la rizosfera pueden verse perjudicados directa o indirectamente por los OTs, y como consecuencia cómo la fertilidad y la productividad del suelo puede mermar bajo ciertos supuestos, especialmente la acumulación de toxinas Bt persistentes y el glifosato.

María del Carmen Jaizme

 Las modas y el progreso, ése es el argumento principal de Julio César Tello Marquina (Escuela Politécnica Superior, Universidad de Almería). Un argumento semejante al que defendía Miguel Delibes en su discurso de entrada en la Real Academia Española de la Lengua. ¿Qué es progreso, y qué es despilfarro? ¿No es el primero la obtención de bienes seguros y perdurables y el segundo la acumulación de objetos de dudosa utilidad o inseguros y no perdurables? ¿Qué nos ayuda a comprender y vivir mejor, y qué nos deslumbra simplemente y no supone sino el bienestar de unos pocos a costa de otros muchos? ¿Es lo que llamamos innovación siempre realmente una innovación? Tello examina la dialéctica progreso–moda, y sitúa el estallido desmesurado de los agrotransgénicos en el ámbito de lo superfluo, a tenor de la información biológica, social y económica que hoy día se maneja. Insiste en un argumento que a mí me parece obvio, como es que la sociedad actual ha identificado el progreso con el progreso científico, dejando de lado toda otra consideración como si fuera adicional, cuando en realidad debería ser en cierto modo al contrario. De alguna forma, esta situación está en consonancia con la obsesión sistemática de nuestro entorno social por el crecimiento cuantitativo desde el comienzo de la revolución industrial, que ha llegado a limitar de forma muy notable nuestra capacidad de respuestas efectivas. Me parece importante su discusión sobre la “ciencia postnormal”, identificada como aquella que se fundamenta en los principios éticos de la sostenibilidad y de la precaución, en lo que se me antoja una extensión muy interesante de la idea original de Funtowicz y Ravetz, porque evita a toda costa justificar los principios autocráticos que se arroga la “sociedad del conocimiento” a pesar de su etiqueta de participativa (que es bastante engañosa).

Julio César Tello durante su ponencia

 Michael Antoniou (genético del King’s College, Londres) vuelve sobre algunos de los argumentos defendidos por Christian Vélot, y pone bastante énfasis en que la tecnología productora de agrotransgénicos se basa en gran parte en ideas ya superadas por la ciencia en general y por la genética en particular, es decir, ideas reduccionistas e interpretaciones lineales de las relaciones entre las variables efectoras y las respuestas. Examina los resultados de un buen número de publicaciones e informes científicos que indican que, en efecto, los alimentos de origen transgénico pueden producir trastornos fisiológicos, histológicos y orgánicos en mamíferos de laboratorio, y por tanto presumiblemente también en personas. Es importante resaltar que los daños más serios se han encontrado en riñones e hígado, que son precisamente dos órganos encargados de la eliminación de las toxinas. Recuerda el significado de Monsantoismo, como doctrina (sesgada, y por lo tanto espuria) según la cual se comparan los efectos de plantas transgénicas en condiciones controladas con los que ocurren en plantas cultivadas en campo en otras circunstancias no controlas, con lo cual los efectos de terceras variables son enormes. Es más, cuando se extrae de los modelos la varianza producida por terceras variables y se encuentran efectos estadísticamente significativos debidos a la transgénesis, la industria (y los legisladores, políticos y parte de la comunidad científica) asumen que no se pueden considerar importantes, porque no son biológicamente significativos. Recuerda también algo que ya ha dejado perfectamente claro Vélot: que la inserción en laboratorio de transgenes en zonas activas de la cromatina interrumpe o transforma la acción conjunta de los genes afectados por la inserción, lo cual puede tener, y de hecho tiene, consecuencias no predichas por la interpretación genética más reduccionista. Además, durante el proceso posterior de selección de las variantes genéticas más idóneas (que tan detalladamente explicó Fenoll en las II Jornadas sobre Salud y Seguridad Alimentaria de Toledo) se produce un proceso de mutagénesis importante. El resultado final es que las funciones metabólicas de las plantas transgénicas resultantes pueden estar muy alteradas respecto a sus iguales no transgénicas. Tras su batería de resultados, a uno le cabe poca duda de que, si no hay sesgos en las interpretaciones, pecan de ingenuos e ignorantes quienes confían en las proclamas  de la ciencia orientada por intereses corporativos, tras los cuales se encuentran las grandes multinacionales y los científicos insensatos y ambiciosos que se escudan en el cientifismo paradigmático de la “sociedad del conocimiento”. La cuestión está en que, de seguir desarrollándose conceptualmente la genética teórica y práctica como lo está haciendo en los últimos años, pronto existirá un abismo entre ésta y la “genética industrial”, es decir, aquella variante simplificada y reduccionista defendida por los laboratorios de las grandes empresas, cuyo único interés estriba en producir cantidades crecientes de alimento para obtener mayores beneficios. ¿Qué argumentos le quedarán entonces a la industria agrotransgénica para seguir su absurda y dañina carrera?

Michael Antoniou

 El “caballo de Troya” de Gilles-Éric Séralini (biólogo molecular de la Universidad de Caen), otro “peso pesado” muy esperado por mí, son las pruebas toxicológicas nutricionales al uso, que considera altamente insuficientes. En realidad, sugiere que no es tanto que se lleven a cabo defectuosamente, sino que ni siquiera están pensadas con la idea de proteger la salud de las personas ni el ambiente. Por ello, llega a afirmar que “solo se comercializan agrotransgénicos porque la evaluación científica es deficiente; no es posible alimentar al mundo con un producto que sólo se ha probado tres meses en ratas y cuyos análisis de sangre son secretos.” En ese sentido, en vez de en la “sociedad del conocimiento” parece que estamos, según Séralini, en la “Edad Media del conocimiento”. Vuelve a coincidir con Michael Antoniou y Christian Vélot en que son indispensables aproximaciones holistas para la correcta interpretación de los efectos biológicos de los agrotransgénicos, y con Binimelis en que son necesarias aproximaciones multidisciplinares para la evaluación completa (ambiental, social, económica, sanitaria) de todos sus efectos. En este momento, y probablemente como consecuencia de la sinergia con la poderosa industria productora, los únicos que dictaminan y juzgan a este respecto, casi siempre con no poco dogmatismo y suficiencia, son los agrobiotecnólogos. Séralini insiste en que “las pruebas aceptadas por nuestros gobiernos para aprobar los OTs son ridículas, científicamente insustanciales o sesgadas, y por tanto deshonestas”. Asimismo, acusa a la EFSA de no ser una autoridad científica, sino un simple lobby (“una vergüenza científica”). La cuestión es que, habiéndoselo “dicho a la cara en el Parlamento Europeo”, no han hecho apenas caso, con lo cual la situación podría complicarse y convertirse en un problema político grave. Recuerda Séralini que los procedimientos de evaluación no son deficientes solamente en relación con los agrotransgénicos, sino que lo son también en relación con moléculas químicas de síntesis, de las que hay más de cien mil en el mercado, y ahora con los productos derivados de las nanotecnologías. “Los OTs producen efectos evidentes sobre la salud, pero si con las pruebas no se buscan efectos sobre la salud, uno no los encuentra; y los procedimientos de evaluación en vigor, sesgados a favor de la industria, están hechos en buena medida para no encontrar efectos.” Como medidas tendentes a la solución señala tres: “Hay que remodelar los protocolos de evaluación, imponiendo pruebas con animales (asunto delicado, en mi opinión). Hay que acabar con la confidencialidad. Y no deberíamos ponernos a negociar normas de coexistencia de imposible cumplimiento, sino insistir en la “mala ciencia” que estuvo en la base de su proceso de aprobación.”

Gilles-Éric Séralini

 Angelika Hilbeck (agrónoma y entomóloga del Institute of Integrative Biology, Zurich) titula su ponencia “Daños ambientales de los OMG y evaluación de riesgos en la UE”. Insiste también, pues, en la cuestión de las evaluaciones de riesgos, dejando claro que aunque sobre el papel las normas de la Unión Europea son estrictas en sus términos, a la hora de llevar a cabo las pruebas no se cumple su espíritu lo más mínimo. Deja claro que, en cuanto a su alcance, existen dos formas diferentes de evaluación, cada una de ellas con narrativa propia subyacente: la de perspectiva “estrecha” y la de perspectiva “ancha”, de manera que según se formule la pregunta inicial (determinación hipotética del efecto del riesgo frente a evaluación del riesgo en situación de exposición) así serán las conclusiones a las que se llegue. Si se excluyen de entrada determinados efectos posiblemente adversos, será imposible obtener evidencias en relación con ellos. La estrategia actual de las grandes empresas comercializadoras de agrotransgénicos es, precisamente, la de llevar a cabo las evaluaciones más estrechas posible. En gran parte, eso explica la ausencia de resultados negativos. Pero si uno ha de ser crítico, y en asuntos como éste es imprescindible serlo, esta actitud equivale a ponerse una venda en los ojos.

Angelika Hilbeck; a su izquierda, Gilles-Éric Séralini

 Ante la avalancha de evidencias científicas, lógicas y formales, tras la intervención de Hilbeck no pude menos que dirigirme a mis colegas biólogos: “Mi pregunta es simple: si todo esto que estáis contando es cierto, que yo no dudo que lo sea, ¿cómo es posible entonces que prácticamente todos los biotecnólogos españoles, con la ministra de Ciencia y Tecnología a la cabeza, sean favorables a los agrotransgénicos?” En asuntos como éste, hay que meter el dedo en la llaga, por más que algunos ponentes puedan sentirse comprometidos. Y a mí me interesa conocer la respuesta. En parte, puede quedar desvelada por un hecho que apunta Hilbeck, en función de una “maquinaria de descrédito” más eficaz en España, proveniente de los entornos político, socioeconómico y mercantil (los documentos de Wikileaks desvelaron el papel bochornoso de algunos políticos clave en este asunto; http://www.ideaa.es/blog.php/?p=3224), y cómo el fomento del cultivo de agrotransgénicos es más una cuestión estratégica que científica; véase, por ejemplo, http://www.diagonalperiodico.net/aragon/Medio-Ambiente-reconoce-la.html). En parte, puede tener que ver con el hecho apuntado por Séralini, según el cual en España no se realizan pruebas de evaluación de los efectos realmente serias ni en las Universidades ni en otros OPIs, ya que todos los grupos de investigación trabajan en la producción y puesta a punto de agrotransgénicos de manera acrítica y son sumisos a la dinámica impuesta por el mercado. En parte, puede quedar explicado también por nuestra incapacidad histórica, aprendida por las nuevas generaciones de las anteriores, de reaccionar ante las imposiciones de los poderes fácticos, como sugiere Ana Carretero.

(Licencia punzante, con toda la intención)

En cualquier caso, no deja de resultar llamativa la ausencia de disidencia entre el colectivo científico español, íntimamente vinculada a su escasa implicación en asuntos sociales (y digo “su” porque ya estoy cansado de decir “nuestra”). Una prueba de ello es la reducida participación en la Red Europea de Científicos por la Responsabilidad Social y Ambiental (ENSSER), cuya presidenta es Angelika Hilbeck, y a la que están adscritos varios de los ponentes (entre ellos, Rosa Binimelis, como excepción que confirma la regla). Como bien advierte Jorge Riechmann, “nos llama la atención la actitud de los científicos y tecnólogos en España. Y ésta [su escasa implicación] es una deficiencia muy importante. El movimiento ecologista y los campesinos que defienden la soberanía alimentaria necesitan aliados entre los científicos.”

Ana Carretero (UCLM) repasa de nuevo el marco jurídico español y comunitario que permite que España sea en este momento el paraíso de los agrotransgénicos, e insiste una vez más en las triquiñuelas jurídicas en torno al principio de precaución (que se incumple sin ningún problema). La conclusión inmediata es que dicho marco debe cambiar, y no solo eso, sino hacerse mucho más estricto su cumplimiento.

Ana Carretero

 Juana Labrador (Presidenta de la Sociedad Española de Agricultura Ecológica) y Antonio Gómez Sal (Universidad de Alcalá), para finalizar, hablan de alternativas: “Funciones ecológicas del espacio agrario” (Gómez Sal) y “Alternativas agroecológicas a los transgénicos” (Labrador). La primera es una charla muy interesante y llena de sugerencias sobre cómo reactivar, desde una perspectiva respetuosa con el ambiente natural y agrario, el entorno rural. Gómez Sal defiende los usos agropecuarios tradicionales, que tienden a mantener la diversidad paisajística y social local, y en este sentido define la agricultura tradicional como “el compendio de cocimientos agrarios seculares que contribuyen a la diversidad funcional y estructural, tanto en relación con el ambiente como socialmente.” La segunda, una ponencia además llena de sensibilidad, trata de enlazar la ciencia ecológica con la conciencia ecológica, de manera que intentemos revertir la situación actual para que podamos hacer ciencia con conciencia. Era yo pequeño cuando oí a mi padre decir algo que ahora entiendo: “Yo en realidad lo que pretendo modestamente es unir la ciencia con la poesía”. Pues esto es, exactamente esto. De esto habla Juana Labrador. De cómo la agricultura industrial, y con ella la agrobiotecnología, ha sido impuesta por los poderes dominantes sin discusión alguna, a través de vías antidemocráticas de implantación. Y de cómo la agroecología, basada en el estudio teórico de los sistemas agropecuarios como sistemas biodinámicos y en la aplicación práctica de dichos conocimientos, que va más allá de los objetivos productivos, podría abrir puertas a una solución de raíz del problema del hambre, al evitar toda práctica intensiva. “La agroecología, como alternativa sensible ambiental y socialmente, puede ser la clave al representar un diálogo de saberes entre los de la ciencia occidental, lo saberes orientales y los de la tradición campesina.”

Gómez Sal, Riechmann y Labrador

Juan Felipe Carrasco (Greenpeace), organizador principal del evento, y Christian Vélot

Un aspecto de la sala durante las ponencias

En definitiva, como dice con gran precisión y cordura Juan Felipe Carrasco en otro lugar (http://www.laopiniondezamora.es/comarcas/2011/01/26/planeta-necesita-modelo-campesino-multinacionales/493586.html): “No decimos exactamente no a los transgénicos sino no al cultivo de transgénicos. No estamos en contra de la investigación básica de laboratorio, pero las aplicaciones médicas son una cosa y otra utilizar el medio ambiente global como un experimento para esas manipulaciones genéticas que sólo benefician a unas pocas empresas. Son argumentos de índole social, ecológica y sanitaria. En cada una de esas facetas se ha demostrado que los transgénicos destruyen el medio ambiente porque contaminan a otras especies; destruyen el tejido rural sostenible porque producen un modelo de dependencia de las multinacionales y de desertificación del campo en términos humanos. Es decir, pocos seres humanos con mucha máquina y mucho petróleo producen algo que se llama alimento que ni lo es para un consumidor ciego que no le importa lo que come. Eso no es el modelo que este planeta necesita, sino un modelo campesino basado en la soberanía de producción.”

Puesto que la potente biotecnología productora de agrotransgénicos tiene riesgos inherentes evidentes, por más que se quieran obviar, lo sensato es actuar con precaución, rigor científico y autenticidad. Lo que no es aceptable es que, en nombre de intereses mercantiles, no solo se pueblen extensiones enormes del globo de organismos extraños al proceso evolutivo, sino que se permita que las multinacionales oligopólicas que los producen y comercializan lo hagan con la excusa de “acabar con el hambre en el mundo” y bajo el título, autoimpuesto, de “empresas de las ciencias de la vida”, denominando al proceso neocolonialista de compra de enormes extensiones de terreno en terceros países para el cultivo masivo de agrotransgénicos “segunda revolución verde”. El hecho de que esto ocurra, se tolere y hasta aliente es muy sintomático del mundo en el que vivimos.

Los agrotransgénicos, ya no me cabe duda alguna, son peligrosos o al menos inútiles desde puntos de vista biológicos y ecológicos (riesgos de contaminación genética de razas, intercambio horizontal de material genético indeseado, recambios de especies en las comunidades animales que pueden convertirse en plagas secundarias, desarrollo de resistencias), sanitarios (problemas fisiológicos, celulares y degeneración orgánica) y socio-económicos (desajustes de balance comercial entre países ricos-productores de transgénicos y pobres-cultivadores de las plantas, acumulación injusta de bienes en pocas manos).

Será un reto para los próximos años intentar ajustar protocolos de evaluación de los agrotransgénicos en campo que sean más rigurosos en lo científico, y que comprendan todos aquellos aspectos que deben incluirse, y no solo el estrictamente biotecnológico. Y será un reto enorme sustituir los sistemas de producción agraria intensivos, agrobiotecnológicos, por otros extensivos, agroecológicos; los sistemas económicos capitalistas al uso por otros más socializantes; y los sistemas políticos dirigidos y escasamente participativos por otros verdaderamente democráticos. Todo ello, por supuesto, dentro de un marco de avance del conocimiento; pero del conocimiento integral, no solo del conocimiento técnico. La dirección que lleva actualmente el mundo es exactamente la contraria. De que seamos capaces de invertirla con urgencia depende nuestra propia supervivencia a corto plazo.

Una nueva ocasión para discutir estas cuestiones y poner en evidencia los avances, retrasos o problemas adicionales puede ser el próximo Congreso Internacional de ENSSER, que tendrá lugar en Madrid del 16 al 18 de mayo de 2012. En todo caso, parafraseando a  Jerónimo Aguado, entretanto conviene no olvidar que “lo más importante no es ser un científico, sino una persona que quiere seguir siendo persona“.

Preguntando sobre los “cómos” para llevar a cabo las excelentes propuestas discutidas

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 En mi huerta (Junio de 2011)

Acerca de Anarchanthropus crapuloideus

Calvo, feo, gordo y tontorrón. Este es mi perfil de acuerdo con quien más valor tiene para mí, mi adorado -y guasón- hijo Mateo. Podría añadir que soy una especie de anarcántropo crapuloideo. Pero buena gente, ¿eh?. Así que después de la presentación inicial, el resto así como más en serio: Lo mío son las cosas bien hechas, con gusto y paciencia. Me gusta el silencio, la calma. Me gusta cultivar la tierra, hacer la comida a la brasa, hacer pan, conservar las costumbres ancestrales. Me gustan las miradas firmes de las personas sin dobleces. Me gusta la esencia. Y la forma también, sí; pero sobre la esencia. Me gusta la soledad, compartida o no. Me aburren y me irritan la mediocridad rampante y la falsedad, la corrupción, la incapacidad y la indolencia que dominan nuestro día a día. Me enojan los “esclavos felices”. Soy raro, dicen. No encajo bien en los moldes convencionales. En muchas situaciones estoy a la contra. Si la inteligencia es la propiedad de adaptarse bien a cualquier circunstancia, no soy particularmente inteligente. Soy un intelectual inquieto, apasionado del mundo natural. Me fascina la vida. Y el color, los paisajes (¡el Alto Tajo!), el agua limpia, los animales silvestres (en especial los insectos, y sobre todo las mariposas), la montaña, el mar, las flores… Me hice biólogo, aunque padecí mucho durante la licenciatura; mi interés por el mundo natural me ha llevado a ser profesor universitario de Zoología y Conservación Biológica (también me entusiasma la docencia) y a fundar un grupo de investigación. Si no hubiera sido biólogo hubiera sido músico; me cautiva la música. U hortelano. O pintor. O... soñador de vencejos y hadas. No tengo estilos musicales preferidos, sino músicos preferidos: siempre se ha hecho buena música, y yo creo que ahora también (en contra de lo que opinan algunos críticos). Una relación de la música que más escucho se encuentra en http://www.last.fm/user/Troitio. Me entusiasman también la pintura y la literatura, tanto para disfrutar las creaciones ajenas como para crearlas yo mismo. Algunas frases ajenas que me han acompañado a lo largo de la vida: “Piensas demasiado para ser feliz” (dicha por la madre de la niña que más me gustó en mi adolescencia y primera juventud; yo no he estado de acuerdo en lo de que pensar “demasiado” te impida ser feliz, y de hecho me considero un privilegiado respecto a la felicidad). “Deja ya las mariposas, que no te van a dar de comer” (dicha por mi abuela paterna, que no entendía bien mi afición precoz, y que a la postre también se ha demostrado que era errónea, porque desde luego que me han dado de comer, a pesar de dedicarme a ellas y de hacerlo a contracorriente de las modas productivistas dominantes). "¿Cómo una persona que es en sí por completo un método, puede comprender mi anarquía natural?" (Richard Wagner). "Sólo aquel que lleva un caos dentro de sí puede alumbrar una estrella danzarina" (Friedrich W. Nietzsche). "Creo que en la sociedad actual nos falta filosofía. Filosofía como espacio, lugar, método de reflexión, que puede no tener un objetivo concreto, como la ciencia, que avanza para satisfacer objetivos. Nos falta reflexión, pensar. Necesitamos el trabajo de pensar, y me parece que, sin ideas, no vamos a ninguna parte." (José Saramago). "El ruido de las carcajadas pasa. La fuerza de los razonamientos queda." (Concepción Arenal). "Estamos aquí para desaprender las enseñanzas de la iglesia, el estado y nuestro sistema educativo. Estamos aquí para tomar cerveza. Estamos aquí para matar la guerra. Estamos aquí para reírnos del destino y vivir tan bien nuestra vida que la muerte tiemble al recibirnos". (Charles Bukowski. ¿O ésta es de Homer Simpson?).
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12 respuestas a Agrotransgénicos, intensivismo e insostenibilidad: la misma cara de la moneda

  1. Pingback: Cuaderno de campo 2011 | Conde Nado (Al fondo a la izquierda, por favor)

  2. Alejandro dijo:

    ¡Excelente entrada!. Sobre todo para venir de una reflexión -sesuda reflexión- bien cocida por «los adentros» tras la asistencia a unas jornadas. La verdad es que, aunque muy extensa, no se pierde el hilo conductor y además está muy documentada, tanto por la bibliografía como por los enlaces; aunque ya hay alguno roto (http://www.greenpeace.org/espana/es/Blog/confirmados-incertidumbre-cientfica-y-grave-i/blog/). Tomo esta entrada como una referencia de la materia. Gracias por tu empeño y constancia.
    Por cierto que me ha llegado hoy información sobre las Jornadas Internacionales que citas. Dejo estos enlaces:
    El documento de conclusiones:
    http://wmail14.movistar.es/cp/ps/Mail/ExternalURLProxy?d=telefonica.net&u=alejandro.cano&url=1236124395

    Vídeos de las ponencias:
    http://www.eoi.es/mediateca/etiquetas/jornadasomg

    Lista en Youtube:

  3. La perca del Nilo, resultó ser un voraz depredador que arrasó con todas las especies autóctonas de este gigantesco lago.

    • Conde Nado dijo:

      Así es. La introducción deliberada de este depredador, que ahora se comercializa bajo el nombre de «mero» (ilusos los que se lo creen), fue la causa directa de la extinción de virtualmente todas las especies endémicas de peces del género Haplochromis, aparte de otras de otros géneros de Cíclidos y otros. En el río Tajo, a su paso por Toledo, más de un 80% de la biomasa ictícola está formada por dos especies invasoras: la perca sol, o pez sol orejón (Lepomis gibosus), voraz depredador procedente de Norteamérica, y el pez gato (Ameiurus melas), procedente de la cuenca del Orinoco. Ahora se está expandiendo el alburno (Alburnus alburnus), invasor europeo. Una maravilla, vamos. Entre eso, la porquería de agua que llega, y el caudal irrisorio tras los transvases de la cabecera… En fin. Eso.

  4. Estrella Alfaro Saiz dijo:

    Enhorabuena. Siempre de acuerdo. Besos.

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