¿Es la ciencia democrática? Debe serlo, naturalmente. Pero como ocurre siempre, hay que precisar bien lo que se dice (por ejemplo, https://joseluisyela.wordpress.com/2019/12/11/negacionismo-cientifico/).
¿Qué significa que la ciencia deba ser democrática? ¿Que todo el mundo tenga el derecho de hacer ciencia? Perfecto, pongámonos en el caso. Pero entonces todo el mundo tiene que saber que el método científico tiene unas reglas muy precisas, basadas en la lógica. Y unos procedimientos severos en cuanto a la publicación de los hallazgos, es decir, de las interpretaciones de las hipótesis contrastadas.
Estos procedimientos incluyen la revisión de los resultados de las investigaciones por pares, es decir, por expertos. Lo que hacen muchas revistas no se puede calificar de revisión por pares; todos los científicos lo sabemos. Especialmente, revistas con editores que buscan publicar más pero no mejores artículos y revistas de ámbito local, que delegan el papel de revisores de los manuscritos en conocedores técnicos del asunto pero no del trasfondo epistemológico, que se convierten en muchas ocasiones en altavoces de la paraciencia (https://joseluisyela.wordpress.com/2021/11/28/paraciencia-y-parataxonomia/; https://joseluisyela.wordpress.com/2023/05/27/calidad-o-cantidad-en-la-informacion-faunistica/). De ahí a la pseudociencia hay un paso.
En palabras llanas: que defendamos la ciencia democrática no supone que todo paisano pueda publicar lo que quiera y afirmar que eso es ciencia. Ciencia democrática es el conjunto de descubrimientos que los científicos tenemos la obligación moral de poner a disposición de todos, y no solo de unas élites capaces de entendernos o de quienes toman las decisiones que afectan al conjunto de la sociedad, como ha sido comentado hasta la saciedad por personas tan eminentes como Gould, Lewontin, Milner, etc. De ahí la importancia de la divulgación hecha por los mismos científicos.