Existe una corriente de pensamiento, encabezada por algunos ilustres ideólogos, pero defendida también por un número creciente de personajes pedestres aunque influyentes, que, sobre la base de una crítica profunda y legítima de los postulados del anarquismo, del comunismo e incluso del moderno «socialismo», ese que aspira a consolidar la llamada «sociedad del bienestar», no encuentra otra salida que la descalificación en masa de dichos postulados, calificándolos de idealistas, pueriles e irrealizables. No hay ningún clavo ardiente más idóneo para todos aquellos que necesitan justificación para sus ataques más o menos furibundos hacia todo lo que represente una visión de la vida fundamentada en los derechos sociales, y que aspiran a instaurar algún orden de organización de corte autoritario, inspirado en el mundo anterior a la Revolución Francesa e incluso a la Ilustración. Es decir, no ha ningún clavo ardiente más idóneo para la extrema derecha, que dichos ideólogos tienden a negar que exista. Detrás de los sujetos que profesan dicha corriente de pensamiento creo reconocer tres características fundamentales: 1. la manifestación de un profundo fracaso vital, muchas veces hecho explícito por ellos mismos; 2. su incapacidad de proponer vías de avance fundamentadas en su crítica legítima, que deriva en un sometimiento a la dinámica predominante actual, de corte instrumental y mercantilista; y 3. y estrechamente relacionado con lo anterior, un fatalismo oscuro y profundamente pesimista, que pretende cerrar completamente la puerta a cualquier interpretación que se base en rasgos como el altruismo, la igualdad de oportunidades o incluso la empatía. Me produce un intenso desasosiego, como todo aquel movimiento ideológico o práctico que conduce a cerrar puertas, en vez de a abrirlas.
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Sé que es inevitable, pero ayer lo hablaba con un buen amigo. En cuanto se ponen etiquetas se deja de escuchar. Hablábamos de lo mismo pero desde el término negacionista, llegamos a lo mismo. En cuanto se etiqueta se elimina el discurso. Pasa por los dos lados, también sea dicho…
Eso, lo único que evidencia es incapacidad para el pensamiento crítico. Las etiquetas son un vehículo necesario; los taxónomos lo sabemos muy bien, y nunca debemos perder de vista lo que representan. Eso, una ayuda para ordenar el pensamiento de forma categórica, aunque los hechos se distribuyan en realidad de manera contínua.
También… pero acotan y atrofian demasiado en un diálogo, son fáciles de lanzar (como cuchillos) para acallar represalias y objeciones con juicio
Vengo de tu siguiente post (el orden al revés) y comprendo la importancia de etiquetar para tu profesión. Sucede que en el mundo social, político, incluso familiar, se tiende a etiquetar todo aquello que no sabemos o no queremos entender ni tan siquiera intentar entender. Etiquetar es -como bien apuntas- muchas veces, parecido a cerrar puertas. A veces con la etiqueta socio-política y el consabido apasionamiento, se llega al borde de la intolerancia. Muy interesante reflexión. Abrazo.
Yo creo que eso les ocurre a las personas con escasa formación. Que son muchas, desgraciadamente, y la mayor parte de las veces no por su culpa. Anquilosarse y enrocarse es muy fácil. Pensar críticamente, no tanto. Y es que además de formación hace falta entrenamiento.
(No miro hacia ningún lado; el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra).
Mil gracias por tu visita, y otro abrazo.