Pasear por el casco antiguo de Toledo es sumergirte, de pies a cabeza, en la historia, en el encanto y en la belleza sin par (sin par; no la igualan ni Sevilla, ni Córdoba, ni Granada, ni Santiago de Compostela, ni Burgos…) de este rincón de la meseta castellana.
Ayer anduve un ratito por el centro; iba a recoger un disco que había comprado a Ana Alcaide y a escucharla un poco mientras tocaba en la calle Arco de Palacio, a espaldas de la catedral, su sitio de siempre, y a sumergirme en el ambiente indescriptible de esas calles y de esos rincones. Muy poco tiempo, porque me esperaba un arduo informe de proyecto en casa…
La mañana estaba muy agradable, soleada pero con una temperatura suave. Zocodover y las calles adyacentes estaban rebosantes de personas, muchas turistas pero muchas otras también residentes, que ansían salir como acostumbraban, después de tanto tiempo de restricciones, y aunque éstas no hayan acabado del todo. Había músicos por doquier, así como bastantes pintores y mimos; la ciudad revive, a lo que ayudó ayer el corte de tráfico en prácticamente todo el casco.
De Ana, qué decir. Es admirable lo que hace, y la sensibilidad que pone en ello. En un paquete primorosamente preparado, me entregó una copia en vinilo y otra en compacto de su «Cántiga del fuego», así como el «Cuaderno de viaje», un breve pero inmenso conjunto de hojas delicadamente diseñadas con las partituras y algunos texto suyos, que dejan bien claro quien es: «Este disco lo compuse en un momento muy especial de mi vida, durante mi embarazo. Sus canciones se fueron gestando a la vez que lo hacía el pequeño Bruno y han sido testigos de un inolvidable proceso de transformación. Siempre guardarán el encanto de haberme acompañado en este tiempo único, así como a Bruno en su gran viaje.»
«Compartir música en directo siempre es un acto de sinceridad, intimidad y desnudez. Gracias a todos los que vais a conciertos y os movilizáis para tener experiencias, que os dejáis sentir…». Emociona hasta hacer saltar las lágrimas, lo que en este mundo tan áspero en el que nos ha tocado vivir es de reconocer infinitamente. Somos nosotros, Ana, quienes debemos estarte agradecidos.
Acaba el cuaderno con un texto bellísimo, como no podía ser de otra manera, de Konstantin Kavafis, su poema Ítaca, que de manera implícita dedica Ana a sus hijos, y que yo, modestamente y sin el permiso de Ana, que estoy seguro que me otorgaría, dedico al mío:
«Cuando emprendas tu viaje a Itaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
seres tales jamás hallarás en tu camino,
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.»
Y cómo no destacarlo, la dedicatoria…
Qué inmenso privilegio, vivir en Toledo. Y conocer personas así, que dejan huellas que seguir.



