En toda descripción de los elementos de una población, la exploración de la varianza es básica, de manera que pueda comprobarse si existe o no homogeneidad de las varianzas entre las variables que tratan de compararse. De existir, para examinar las diferencias entre las medias es imprescindible estudiar si la variabilidad entre poblaciones es mayor que la variabilidad encontrada para el rasgo estudiado entre los individuos que las componen. Afirmamos lo que afirmamos en función de las diferencias entre las medias, pero para ello la heterogeneidad entre las muestras debe ser la misma.
Estas son las cuestiones básicas que habría que discutir con los chavales de bachillerato, que les abrieran las puertas de la visión cuantitativa y comparativa de la vida y de las fundamentos para medir la realidad y cuestionarla racionalmente. Y, sin embargo, ahí están los pobres llenándose la cabeza de fórmulas y demostraciones que no entienden, para soltarlas como papagayos en los exámenes o aplicarlas rutinariamente a la resolución de problemas banales. La fabricación de técnicos semianalfabetos no es una propiedad exclusiva de la Universidad, como podría colegirse de algunos de mis comentarios; se asienta sobre la labor destructora comenzada en la enseñanza media con la colaboración activa o pasiva de la inmensa mayor parte del profesorado, que en un par de años desde que comienza su labor ya se ha rendido a la dinámica imperante. Lo siento por las excepciones, pero estoy especialmente sensible con estas cuestiones porque estoy asistiendo a la tortura mental a que se somete a mi hijo, que ha perdido completamente la motivación. Lo cual me parece una canallada imperdonable. Porque ahora me toca a mí convencerle de que así de ruin es la vida, y de que tiene que acostumbrarse a ello. Cualquier día de estos me soltará la consabida frase de que si para esto le he traído aquí. A ver qué coño le contesto.
Desde luego, la mejor descripción posible de la labor del enseñante o educador que se puede hacer es la basada en la varianza; siempre habrá alumnos buenos y algún docente que no se deje doblegar. Pero dejando al lado la teoría, el problema es que, en el momento actual y para el sistema de organización que nos ha tocado soportar, la varianza cuenta poco. La dinámica educativa está diseñada precisamente por tarugos que no han sido entrenados en la importancia del respeto y del fomento de la heterogeneidad, y proviene directamente de aquella que se puso en marcha masivamente tras la implantación de las factorías, a raíz de la revolución industrial. La doctrina de la maximización de la producción es contraria a la «pérdida de tiempo y energías» que supone la diversión del objetivo fundamental. En un contexto de hegemonía cada vez mayor de las ideas neoliberales y de la supuesta necesidad imperiosa de ser más competitivos, no es de extrañar que los temarios de la enseñanza secundaria sean tan lineales, uniformes y mostrencos, y que a los docentes se les exija satisfacerlos de la forma más homogénea y completa posible. La mayor parte de ellos no aguanta la presión. En la Universidad es parecido, o peor, porque la presión por la homogeneización y la aceptación de los supuestos sobre los que se basa la neopedagogía friki chupiguay no es menos intensa, por más que se disimule por casi todos. La única manera de sortear el fango es que te vaya la marcha de ir a la contra hasta donde haga falta, si estás convencido de la necesidad de ello y si has desarrollado unas buenas espaldas a las que vayan dirigidas las oleadas de napalm dialéctico (envuelto en terciopelo, muchas veces) de los defensores del «orden establecido». Que son abrumadora mayoría. Si, es duro. Pero uno ha de elegir: o transiges y te olvidas de la varianza, con lo cual muy pocos de tus alumnos regarán la semilla, o te sales del tiesto y asumes lo que venga, te dedicas a enseñar a pensar (y no a retener nombres o ideas estáticas) y, según pasan los años, vas recibiendo las respuestas de tus exalumnos, que regaron la semilla y te devuelven… calabazas. Ricas, ricas. 😀