Pero lo peor no es eso. Lo que me hace hervir la sangre es vuestra arrogante impunidad, vuestra ausencia de autocrítica y vuestra cateta contumacia. Aquí, como de costumbre, nadie asume la culpa de nada. Hace menos de un mes, al publicarse los desoladores datos del informe Pisa 2006, a los meapilas del Pepé les faltó tiempo para echar la culpa de todo a la Logse de Maravall y Solana –que, es cierto, deberían ser ahorcados tras un juicio de Nuremberg cultural–, pasando por alto que durante dos legislaturas, o sea, ocho años de posterior gobierno, el amigo Ansar y sus secuaces se estuvieron tocando literalmente la flor en materia de Educación, destrozando la enseñanza pública en beneficio de la privada y permitiendo, a cambio de pasteleo electoral, que cada cacique de pueblo hiciera su negocio en diecisiete sistemas educativos distintos, ajenos unos a otros, con efectos devastadores en el País Vasco y Cataluña. Y en cuanto al Pesoe que ahora nos conduce a la Arcadia feliz, ahí están las reacciones oficiales, con una consejera de Educación de la Junta de Andalucía, por ejemplo, que tras veinte años de gobierno ininterrumpido en su feudo, donde la cultura roza el subdesarrollo, tiene la desfachatez de cargarle el muerto al «retraso histórico». O una ministra de Educación, la señora Cabrera, capaz de afirmar impávida que los datos están fuera de contexto, que los alumnos españoles funcionan de maravilla, que «el sistema educativo español no sólo lo hace bien, sino que lo hace muy bien» y que éste no ha fracasado porque «es capaz de responder a los retos que tiene la sociedad», entre ellos el de que «los jóvenes tienen su propio lenguaje: el chat y el sms». Con dos cojones.
Pero lo mejor ha sido lo tuyo, presidente –recuérdame que te lo comente la próxima vez que vayas a hacerte una foto a la Real Academia Española-. Deslumbrante, lo juro, eso de que «lo que más determina la educación de cada generación es la educación de sus padres», aunque tampoco estuvo mal lo de «hemos tenido muchas generaciones en España con un bajo rendimiento educativo, fruto del país que tenemos». Dicho de otro modo, lumbrera: que después de dos mil años de Hispania grecorromana, de Quintiliano a Miguel Delibes pasando por Cervantes, Quevedo, Galdós, Clarín o Machado, la gente buena, la culta, la preparada, la que por fin va a sacar a España del hoyo, vendrá en los próximos años, al fin, gracias a futuros padres felizmente formados por tus ministros y ministras, tus Loes, tus educaciones para la ciudadanía, tu género y génera, tus pedagogos cantamañanas, tu falta de autoridad en las aulas, tu igualitarismo escolar en la mediocridad y falta de incentivo al esfuerzo, tus universitarios apáticos y tus alumnos de cuatro suspensos y tira p’alante. Pues la culpa de que ahora la cosa ande chunga, la causa de tanto disparate, descoordinación, confusión y agrafía, no la tenéis los políticos culturalmente planos. Niet. La tiene el bajo rendimiento educativo de Ortega y Gasset, Unamuno, Cajal, Menéndez Pidal, Manuel Seco, Julián Marías o Gregorio Salvador, o el de la gente que estudió bajo el franquismo: Juan Marsé, Muñoz Molina, Carmen Iglesias, José Manuel Sánchez Ron, Ignacio Bosque, Margarita Salas, Luis Mateo Díez, Álvaro Pombo, Francisco Rico y algunos otros analfabetos, padres o no, entre los que generacionalmente me incluyo.
Qué miedo me dais algunos, rediós. En serio. Cuánto más peligro tiene un imbécil que un malvado.
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Pues no te digo nada, amigo Arturo, cuando el imbécil además de imbécil (con todas las bendiciones de nuestro sistema benefactor de trepas, eso si) es malvado. Apaga y vámonos.
En todo caso, nos pongamos como nos pongamos (¡y hay que ponerse!), esto no lo cambia nadie. Porque la inercia es enorme, y en el fondo a la mayoría de nuestros mandamases no le interesa que nada esencial cambie, para que no se alteren los equilibrios inestables actuales (basados en los favores debidos). Aquí cada cual mira por su ombligo. Y punto. Se ha perdido mucho del sentido ético y del verdadero compromiso público. Para mayor escarnio, la Universidad es, desde mi punto de vista, uno de los mayores nidos de corrupción, cuando debería ser lo contrario. Y si la Universidad camina por donde camina, por dónde queremos que vaya la enseñanza secundaria…
¡Qué interesante artículo, mi querido conde! y eso que me pierdo en muchas referencias, perdonarme mi incultura y relativa juventud.Echo de menos soluciones, no me vale la pura crítica, algo se podrá hacer, ¿no?.Cada uno que en los ratos que se mire su ombligo (que todos lo hacemos), busque qué puede aportar. Yo sigo pensando que todos y cada uno, desde su miniuniverso puede colaborar y hacer mucho. Afortunadamente, la educación no sólo depende de lo que digan los políticos.
Soluciones…
¿Me lo dices a mí? Desde la más absoluta modestia, mi intención ha sido siempre la de predicar con el ejemplo. Consciente, supongo, de mis limitaciones, creo que lo que he venido haciendo desde que pisé la Universidad por primera vez como profesor ha sido eso, intentar actuar como siempre he creido que había que hacerlo, es decir, como yo esperaba que lo hubiesen hecho conmigo cuando fui alumno: 1. poniéndome al lado, literalmente, del alumno, porque aquí o aprendemos todos o es que algo muy importante falla; 2. intentando que nunca hubiera ni uno solo de vosotros que pudiera sentirse "descolgado" porque yo iba muy rápido o elevaba el nivel más de lo aconsejable; 3. otorgando tanta importancia a los aspectos conceptuales como funcionales de la enseñanza; y 4. situando los conceptos técnicos y la lógica científica en un contexto que podríamos llamar humanista. Tú sabes lo que digo. Lo que pasa es que me resisto a hablar de lo que yo hago. Eso, supongo, sois otros los que deberíais juzgarlo, y calibrar hasta qué punto uno ha aportado la porción de solución que ha podido (sin, espero, ostentación de ningún tipo). Bueno, por una vez voy a hacer una excepción, qué coño, y pego una, solo una, frase de las que recibo, ésta de una compañera tuya: “Holaaa!!! Cómo no me voy a acordar de tí? Sería un pecado MORTAL olvidar al único, (y digo bien, ÚNICO) profesor con el que me he encontrado que de verdad mereciera la pena”. Dejando aparte la evidente exageración, yo creo que las soluciones, al menos por mi parte, han estado siempre donde tienen que estar, sobre el tapete. Y no escondidas entre palabras más o menos altisonantes y entre declaraciones de intenciones hechas con la boca pequeña.
Uno puede hacer cosas, y muchas (como dices), pero a una escala muy reducida. Porque hablando en términos generales, como están escritos los textos de arriba, "esto no lo cambia nadie". Por la sencilla razón de que para los que mandan no es políticamente rentable (en términos de votos) enfrentarse de cara a los problemas y porque los colectivos acomodados no quieren (ver) problemas. Es mejor mirar hacia otro lado, para no comprometerse y no cerrarse posibles vías de mejora personal (o para no caer en desgracia). Al menos esta es mi interpretación particular, y la que me hace estar bastante pesimista y desanimado.
Gracias por tu comentario; me alegro que andes por aquí.