Así, de pronto, te has ido. ¿Quién se lo hubiera podido imaginar? Esa enfermedad de nuestros días llamado cáncer, tan extendida entre otras cosas por la cantidad desorbitada de productos tóxicos que hay en el ambiente (y por culpa de ese maldito tabaco), se te ha llevado en unas pocas semanas.
Esta mañana hemos estado diciéndote adiós. O, por decirlo de otra forma, nos hemos reunido tus más allegados y conocidos para hablar entre nosotros como si lo estuviéramos haciendo contigo. Éramos muchos, muchísimos. Nunca he visto tanta gente en un funeral. Supongo que te habrás sentido bien; qué mayor placer puede haber para una persona sensible que reunir a los que aprecia en torno a un mensaje de paz y amor. Y vida. Tú y yo lo habíamos hablado muchas veces: el individuo como materia no perdura, pero su esencia queda. En primer lugar, directamente, en tu hijo Juanito. En segundo lugar, en todos nosotros, porque algunos de tus gestos, de tus actitudes y de tus formas serán imitados por nosotros mientras vivamos. Además, como has sido maestro, has creado impronta y dejas escuela. Escuela de vida, que es la más importante.
Ayer por la tarde, cuando llegué a tu casa, me quedé un rato muy largo mirando desde la acera hacia el otro lado de la calle, como habrás hecho tú miles de veces durante estos años pasados. Mis ojos estaban captando exactamente lo mismo que los tuyos tantas y tantas veces; pero los tuyos ya no pueden captarlo. Es extraño. Es sobrecogedor. Y me obligó a apartarme a un lado y meditar a solas sobre la condición humana, extraordinaria e infinitamente humilde, transitoria y persistente al mismo tiempo. Qué gran misterio es la vida. Cuánto hemos llegado a saber de ella mediante nuestras capacidades intelectuales y sensitivas, y cuánto ignoramos…
Una vez dentro de tu casa, era patente que sigues llenándolo todo. En cada lágrima, en cada sonrisa, en cada frase no solo de tus padres, hermanos, hijo, sobrinos y otras personas que compartieron genes contigo, sino también de quienes compartimos esencia. Es decir, ideas, palabras, sentimientos. Qué entrañables, a la vez que intensos, esos ratos de conversación cruda y desnuda con tus padres. Qué emocionante reencuentro el de Manolo con vosotros… propiciado por ti, fíjate. Qué extraordinario, aunque breve, intercambio de argumentos con Nico, tu buen amigo Nico, que me estaba haciendo revivir con toda claridad mis charlas contigo. Cuánto no habremos podido explorar entre tú y yo, como ayer lo hice con Nico, y como después trabajábamos a solas con nosotros mismos cada uno en su ámbito, las fronteras entre ciencia y arte, entre intelecto y sensibilidad… las fronteras del conocimiento, en una palabra, desde todas sus perspectivas. Las mismas que Nico y yo rozamos ayer con apenas unas frases basadas en tu obra inconclusa, como es la obra de cada uno de quienes tratamos de crear desde el taller de la singularidad personal. De quienes somos cautivados por tantas ideas y comenzamos a darles forma hasta que otra idea se nos cruza por delante, de manera que si uno no forma escuela (es decir, no se convierte en maestro) su obra no adquiere trascendencia más allá de uno mismo. Concluir, por lo tanto, es compartir con otros lo que has comenzado, para que ellos lo compartan a su vez con otros. Esa idea de que el trabajo ha de estar acabado y redondo antes de compartirlo y antes de comenzar otro tiene mucho más que ver con las demandas de nuestra sociedad productivista, cuyos principios se enraízan en lo más rancio de la filosofía judeo-cristiana, y que ha conducido a aberraciones tales como la deificación de la productividad mercantilista. Esa misma que nos ha proporcionado grandes avances técnicos, es indudable; pero a costa de las enormes cuotas de insatisfacción personal que todos sentimos a nuestro alrededor y en nosotros mismos todos los días.
En fin… Adiós, Juan. O buenos días. Se ha levantado buena la mañana, ¿verdad? Vamos a darnos un paseo por las huertas. Llévate el botillo, anda.
Arriba: Trillo, Navidad de 1981.
Abajo: la que ha sido su última foto, en su casa, 9-4-2008 (gracias, Laura, por pasármela).
Qué texto tan hermoso. Cuesta mucho hacer un comentario sin que una sienta que está profanando la pureza de un sentimiento lleno de vida, aún así me aventuro para decir, únicamente, que… se queda la esencia, en ti y en cada uno de los que habéis compartido un pedacito de vida con este ser. Se queda la esencia, con cada recuerdo lleno de amor.
Sin palabras.
Bueno, con una: gracias.
🙂
A ti.
Por estar.
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