Aquellos principios que se enseñaban cuando yo era pequeño o eran mera teoría, que en el fondo no nos creíamos más que unos pocos ilusos, o se han ido desvaneciendo de la vida cotidiana poco a poco hasta prácticamente desaparecer a planos totalmente secundarios. Ahora, lo que cuenta en primer lugar son los intereses personales, o en todo caso los gremiales (que, naturalmente, favorecen al ombligo propio). Lo demás puede esperar. A veces, in aeternis. Lo que viene a querer decir que aquí el que no corre, vuela, y esto es lo que, queramos o no, transmitimos a los que nos suceden. Podría argüírseme que así ha sido siempre. Claro. ¿Pero de esta manera tan drástica? No lo creo. Insisto que alguien tan reconocido como Federico Mayor Zaragoza lo recordaba hace poco, preguntándose si las nuevas generaciones serían capaces de perdonarnos por lo que estamos haciendo.
Pongo un ejemplo.
Puesto que la Universidad española se está reorganizando para ajustarse al “nuevo” sistema europeizante, es el momento de pensar en proponer nuevas titulaciones, supuestamente acordes con las demandas sociales. En el Campus donde trabajo, el rectorado (recién “reestrenado” tras las elecciones) ofrece la posibilidad de echar a andar una licenciatura. En “mi” Facultad se está moviendo todo rápidamente “para evaluar propuestas”, dicen, y se barajan las de Farmacia, Físicas, Biológicas y Biotecnología (que yo sepa). Inmediatamente me planteo dos preguntas:
1. ¿Por qué razón tenemos nosotros, los profesores de Ciencias Ambientales, que defender la propuesta de una nueva titulación, cuando la nuestra es de las de más reciente creación, es de las más innovadoras y prometedoras (o eso decían; ya no lo dicen tan fuertemente) y no puede afirmarse que haya acabado de consolidarse?
2. ¿Y por qué tenemos en mente proponer licenciaturas tan parecidas a la ya existente, cuyas probabilidades de interferencia, en términos de competencia por el alumnado, son las mayores?
Preguntados nuestros mandamases, que lo son democráticamente elegidos (dicen; ya nadie recuerda las intolerables presiones para votar listas cerradas, ni las vejaciones sufridas, ni las descalificaciones lanzadas por parte de quien se quedó fuera de la Junta por “culpa” de quienes decidimos actuar eudemocráticamente, no seudodemocráticamente, es decir, en conciencia y con independencia), contestan que:
A la primera pregunta: Porque nos estamos quedando sin alumnos y tenemos que atraer al alumnado potencial que ahora tiene que irse fuera de esta región a cursar las licenciaturas que no se ofertan aquí.
A la segunda: Porque el rectorado pone la condición de que se puedan utilizar los recursos e infraestructuras ya existentes.
Y yo, que (decano dixit) “no me entero de nada”, no salgo de mi asombro. O sea, que en vez de solicitar todos a una, como supongo que debería aconsejar el mínimo sentido común, que se potencie todo lo posible lo que ya existe (y que tantas carencias manifiesta), no, se pretende solicitar la puesta en funcionamiento de algo nuevo, y encima parecido. De nuevo, perplejidad. Y mucha más perplejidad todavía cuando compruebo que estoy solo defendiendo esta postura. ¿Qué ocurre? ¿Se me va la olla? ¿Tiene razón el decano? ¿Realmente estoy tan alejado de la realidad? ¿O tengo intereses espurios ocultos? ¿O incluso he acumulado tanta inquina durante estos años en que me he sentido tan «ninguneado» que ya cualquier iniciativa de lo que todavía es el núcleo central de la Facultad me parece mala?
Modestamente, no entiendo que, ante el diagnóstico de enfermedad de un pollito, se trate de poner otro huevo cuando el riesgo de que el nuevo pollo mate al primero es real. ¿No será mejor curar al enfermo? Por una parte, solicitar una nueva licenciatura supongo que significa admitir que se ha fracasado en la iniciativa que llevó a fundar la de Ciencias Ambientales, cuyo supuesto éxito se sobredimensionó al principio (comportamiento habitual de quienes todos sabemos; menuda fe podemos tener en él). Por otra, significa admitir que como Ambientales no va a poder crecer porque no se alcanzan las cifras mínimas de alumnos esperados, hay que crecer por otro lado. Pero, ¿alguien tenía dudas acerca de los límites de la Facultad de Ambientales? ¡Si hasta yo los tenía claros, que “no me entero de nada”! Todos sabíamos cómo de grandes, en términos de plantilla, podrían ser nuestros grupos de investigación y nuestras áreas. ¿De qué nos sorprendemos ahora? Es comprensible que aquellos profesores titulares que aspiran a cátedra intenten asentar a esos colaboradores eficaces que han estado formando durante varios años, de manera que puedan contribuir con su producción a la de sus grupos y, consecuentemente, a la de los aspirantes a cátedra. Como es entendible que aquellos catedráticos a quienes la licenciatura actual de Ambientales no les permite incrementar «sus» plantillas deseen explorar otras vías para conseguirlo. Entendible es, claro, pero… eso es precisamente lo que decía al principio: eso es supeditar el interés común al interés de quienes aspiran a “crecer”. Al suyo propio, por muy interés profesional que sea. ¿Es eso aceptable desde un punto de vista general? ¿No nos demandará más bien la sociedad que lo “poco” que podamos hacer (que en realidad es muchísimo) lo hagamos bien, con la calidad que las circunstancias exigen (y no con la pseudocalidad de que se presume ahora, que tantísimas quejas recibe del alumnado), y no que nos disipemos en proyectos paralelos? ¿Y no es más beneficioso para todos que, ahora que los profesores tenemos menos alumnos, dediquemos nuestras energías a realizar lo que siempre hemos deseado (o hemos dicho que deseábamos), un seguimiento personal efectivo de la adquisición de conocimientos por parte de los alumnos por un lado, una dedicación mayor a programas de doctorado verdaderamente innovadores por otro y una atención más efectiva (¡y pausada!) a nuestros proyectos de investigación por otro? ¿No deberíamos usar nuestras energías y nuestra capacidad de convicción para explicar a los gestores de los fondos que los resultados de nuestra docencia y de nuestra investigación serán mucho mejores, en términos de calidad, que cuando el número de alumnos era mayor, y no dedicarla a trabajar en la puesta en marcha de proyectos adicionales?
La licenciatura en Ambientales “peligra” (palabras textuales de un miembro del equipo decanal actual) porque el número de alumnos de primera matrícula ha descendido a la mitad. ¿Cuáles son las causas? Cuando pregunto, se me dice que porque los alumnos potenciales han perdido interés, al pensar que las expectativas de trabajo no son tan altas como lo esperado. Más perplejidad. ¿Pero no afirman ustedes mismos que la mayor tasa de empleo (creo que se habla de un 95 %) la presentan los ambientólogos? Mi hipótesis sobre el descenso de matrículas tiene más que ver con el contexto social, que es de bajada brusca de natalidad durante la década de 1980 y de desinterés creciente por los títulos universitarios por parte de los jóvenes, que buscan trabajo sencillo y bien remunerado, y que lo encuentran más fácilmente siendo titulados medios. Tengo que documentar esta idea con cifras, lo sé; pero me parece mucho más plausible que lo que se defiende desde el decanato (y que aparentemente es aceptado por la inmensa mayoría del profesorado de Ambientales).
Desde la mayor modestia, pero también desde la mayor firmeza, creo que la defensa que se está haciendo de una nueva titulación (y Biológicas es la que más suena, por razones que no escapan a nadie) responde a una visión de la realidad universitaria bastante corta y centrada en el interés de profesores concretos. A mí se me acusa de mantener una postura inmovilista y conservadora (vivir para ver…) y de no proponer alternativa. Esta es la cantinela de siempre, claro. Pero mi alternativa es clara y creo que es la opción verdaderamente sensata, y consiste en la potenciación y mejora de la licenciatura de Ambientales (y, por supuesto, en la consolidación del grado de Químicas, eso supongo que no lo discute nadie con dos dedos de frente. Aunque vaya usted a saber). ¿Que muchos de los contratados actuales no podrán asentarse aquí? Ya lo sabíamos desde el principio. La mayor parte de los “viejos” nos hemos estado moviendo gran parte de nuestra vida de aquí para allá, y aunque llega un momento que ya cuesta demasiado, la experiencia es de lo más enriquecedora tanto a nivel personal como profesional. Quedarse en el mismo sitio donde uno ha estudiado, y a veces hasta nacido, contribuye a la perpetuación de los vicios universitarios seculares, que no son moco de pavo (otro día explicaré mi visión del porqué). Qué le vamos a hacer. Todos se me ponen en contra, claro; pero no voy a decir nada distinto de lo que pienso.